No he sido de muchos amigos. Ni en la niñez que no tuve, ni en la juventud ni en la adultez. He tenido tantos amigos como amistad han querido o podido concederme. O cuanta he merecido ¿quién sabe? Unos pocos han hecho conmigo mi existencia.
Pero nunca he sido de enemigos. Ni muchos ni pocos, nadie es mi enemigo. No he querido tenerlos -se sabe que hay enemistades gratuitas- y no he alimentado física o espiritualmente el odio ni el desprecio. No empezaré a hacerlo ahora. El mundo a fuer de más pequeño, es lo suficientemente grande para no ver a quien no quiera vernos. El dedo que se blande amenazante bien puede ponerse a la distancia en que no es captado si no por quien lo hace. La huida no es por huir -que lo es también- sino por no jugar el mismo juego.
Puesto en esa tesitura dije que vivir teniendo amigos es arduo; sin ellos, y peor con enemigos, ha de ser imposible.
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Comienzo a vivir en el silencio con cierto temor al silencio o del silencio sobreviniente. A sentirme arrumbado hacia el. A sentirlo como algo sólido, más impuesto que adoptado. Sórdido también, y peligroso. No se puede vivir en el, me parece. Enloquecería.
lfg-c©
J. M. Basquiat
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