Al paso

Compartir un rato alrededor de la mesa es  muy placentero. Conversar, mirarse a los ojos, sonreír con complicidad, descubrirse y descubrir a los demás ese poco de si mismo que generalmente se calla o esconde. Hoy la conversación transcurrió feliz mientras los platos de pasta y ensalada se desocupaban. Conté que para completar la receta pedí que me compraran dos mangos y mi asistente regresó con ellos, con la factura, y con el comentario de que habían valido a tres mil pesos cada uno, carísimos. Y yo le respondí: "No le puedo decir si son caros o no porque nunca he sido palo de mango, ni mango, ni cultivador de mango. No sé por tanto que tanto cuesta ser todas esas cosas. Quizás sea muy barato."

Y ahí no acabé. Conté algo muy amable que me ocurrió con un amigo y un contertulio anotó: "¡Qué bueno tener amigos así". "No: ¡qué bueno ser uno el amigo así!", le repliqué. 

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