Alguien que no veía hace años de pronto se me acerca y su primera pregunta es: ¿por qué aun trabajas? Le respondo con algo de temperamento: "¿por qué no habría de hacerlo? A mí me gusta trabajar. Dejarlo no es algo que tenga como meta o como logro. No me veo caminando las calles, sentado en algún café o en la banca de algún parque leyendo los avisos clasificados. Llegará el momento, pero será tan involuntario como sea posible. Y espero que el barbado tenga la gentileza de recibirme, para bien o para mal, antes que ello tenga que ocurrir".
Mi respuesta lo sorprende un poco, pero intenta insistir por diferentes vías con igual resultado. La conversación entra por tanto en crisis y se resuelve con una despedida rápida y una promesa de volverse a ver, difícil de cumplir. La vida, le concluí, se encarga de retirarlo a uno y de ello soy consciente. El conocimiento evoluciona a velocidades alucinantes. Si bien siempre todo ha sido de la naturaleza de cambiar, hoy cambia aun contra la naturaleza, y la posibilidad de persistir está asociada a la capacidad de adaptarse y actualizarse. No es fácil. Claudicaré, obviamente, pero envejecer es, en efecto, envejecer. Es sucesivo y pasa cuando ocurre. Con más velocidad en estos tiempos.
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