Cafetín de Buenos Aires

 

Anoche, con un único vaso de whisky en la mano, me puse a oír -y escuchar, que no es lo mismo- a Susana Rinaldi. Dicho así, por ella o por cualquier intérprete, esta estrofa de Santos Discépolo me tocó cercana…

‘Me diste en oro un puñado de amigos que son los mismos que alientan mis horas: José, el de la quimera; Marcial, que aún cree y espera; y el flaco Abel que se nos fue pero aún me guía. Sobre tus mesas que nunca preguntan, lloré una tarde el primer desengaño, nací a las penas, bebí mis años y me entregué sin luchar.’

Tuve una época de copisoliar. Me iba al bar de moda, me sentaba en la barra y pedía uno o varios rones. Tal vez por eso ‘sobre las mesas que nunca preguntan bebí una tarde el primer desengaño’… Hoy, si me decidiera, podría beberlos todos: los sufridos y los causados. Entré en Montmartre a la tumba de Cortázar. Qué tontería pensaban con impaciencia notoria quienes iban al lado. Él, en algún poema, hace referencia a ese tango:

‘Me diste la intemperie, la leve sombra de tu mano pasando por mi cara. Me diste el frío, la distancia, el amargo café de medianoche entre mesas vacías. … Fui una letra de tango para tu indiferente melodía.'