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Dedicamos un día a caminar por la orilla del mar en Oporto. El Atlántico enorme hace pensar en esos marineros que leyendo las estrellas y solo con la fuerza del viento y de la voluntad dieron la vuelta a un mundo entonces inmenso.Y uno vive al otro lado.Lindo el lugar. Nos dimos, por darnos, el gusto de entrar a uno de esos restaurantes caros -carisimo- en que ponen un plato enorme con tres cositas pequeñas que contrastan con el tamaño de la cuenta.Había el acuerdo tácito de pagar lo suyo cada uno. Absurdo: en estas circunstancia lo correcto es pelearse por pagarlo todo.Tiene magia el lugar, visto en perspectiva. En ese momento no había campo para el espíritu.La conversación, el monólogo, lo hizo girar el personaje con que andaba -experfo en la mente- sobre el incesto y cómo su prohibición influyó en el desarrollo humano. No entendí bien su disertación porque se contenía y se desviaba. No habrá ocasión de aclararlo, no espero encontrarlo de nuevo. Tampoco interesa en absoluto.El mar, muy azul. Los grandes buques a lo lejos. Faltan unas horas para completar la vuelta a mi mundo. No he descubierto nada.
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