Hablaba con un compañero de entonces de don Pedro, aquel profesor comodín que bien podía dar música, dibujo, canto, inglés o lo que se presentara. Y recordé que en el colegio habia dos primeros, dos segundos, quizás dos terceros... pero cuarto, quinto y sexto solo uno. El hecho es que teníamos entonces un cuaderno especial para dibujo, alargado, que se manejaba aparte. Un día el señor puso de tarea pintar un paisaje o algo asi. Yo, que tengo más arte para la contemplación que para la realización, hice algo a mi altura: unas montañas a lápiz, simples y lineales, que para mi tenían sentido, que para mi expresaba algo. Que puesto hoy a hacerlo haría igual. Me calificó -traumatizándome, de ahi la recordación- con un gran cero. Y, para que doliera más, fui el único cero, me pasó por la cara la hermosa hechura de otro chico, Rodolfo Ruiz, que a ese si le fluía el prismacolor.
No fue esa la causa de mi frustración como artista. Nunca lo intenté pues supe pronto que uno juega las cartas que le tocan. Rodolfo -cercano entonces- se esfumó en las neblinas del pueblo, de la vida, y del tiempo Se convertiría, sobrado de talento, en pintor o artista de la arquitectura, y, tal vez, aún viva. Don Pedro, miré usted, por ese cero y ese gesto, vive aun en mi memoria.
No tengo ni alimento traumas de niñez (alguno en secreto, quizás) pero el pasado es lo menos inexistente que hay por mucho que uno filosofe. Basta que vuele una hoja, que uno se de cuenta de algo, y se desatan momentos e imágenes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario