Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

junio 18, 2024

Noches




No sé si es apropiado decir ‘yo tenía’; quizás sea más adecuado decir ‘Ángela tenía’ una perrita schnauzer a la que llamábamos Juana. Era inteligente, perspicaz y sensible; no se entregaba fácilmente, pero se dejaba querer y quería a cambio. Algunos viernes por la tarde, al llegar del trabajo, me servía un trago, luego otro y otro más, sacaba algunos libros (soy un lector ávido pero indisciplinado; necesito pasar de una cosa a otra) y desordenaba discos. La noche avanzaba. La perrita se sentaba a mi lado en el gran sillón de cuero y, a veces, apoyaba su cabeza sobre mis piernas. Las noches de un solitario ecléctico en sus gustos musicales toma rumbos caprichosos. Contaba entonces con una amplia colección de CD, entre los que primaban el jazz y los clásicos, pero había de todo; colección que hoy yace arrumada en alguna parte, pues ya no hace falta estando la música en el viento, esperando un ‘Alexa, pon…’. Tomar solo es peligroso; las horas pasaban hasta que, por alguna razón, ella, la perrita, captaba las energías. Se inquietaba, se bajaba del sillón para mirarme fijamente desde el suelo y me notificaba que algo no muy bueno estaba ocurriendo; era hora, sugería, de apagar los equipos, vaciar los vasos o dejarlos de lado, cerrar los libros y los pensamientos y huir hacia el sueño. Hemos tenido tres mascotas en los treinta y siete años; cuatro con Canela, llegada hace unos días. Todas estupendas, cada una con su personalidad y maneras. Juana es más inolvidable que las otras, siendo todas trascendentales. Debe haber un cielo perruno —si hay uno humano— donde correrán Juana, Tato y Luna. Creo que no comprendemos lo suficiente de la naturaleza animal; siendo que somos uno de ellos, podríamos suponer que no son tan diferentes en lo profundo de su ser. Esto viene a colación porque ahora suena Kitaro, el formidable músico japonés que tantas veces escuchamos Juana y yo en las horas agobiantes; en aquellas en que se apagan las luces de la consciencia y se encienden las del ser profundo; esos momentos en los que se pesaban y contrapesaban la razón y el corazón antes de que ella dijera: ‘¡Basta! ¡Peligro!’

 


 


 


 

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