'La medianoche del 25 de septiembre de 1826 unos doce civiles y veinticinco soldados comandados por Pedro Carujo forzaron la puerta del Palacio de San Carlos y asesinaron a los guardias, tras lo cual buscaron la habitación de Bolívar. Manuela Sáenz quien estaba esa noche con él lo despertó. Al enterarse, Bolívar agarró su pistola y su sable y trató de abrir la puerta pero Manuela lo convenció de que escapara por la ventana.' No lo mataron esa noche, pero ahi empezó su camino a la muerte.
Santander, mínimo, sabía. Ni uno ni otro es santo de mi devoción. Bolívar era violento, sanguinario, desmedido, cruel. Santander, sinuoso, arribista, avaro, frio. Entre ambos construyeron la nación, y así funciona: muertos y leyes. A más leyes más muertos a más muertos más leyes. Ambas personalidades forman, convivientes, el espíritu nacional y la aprovechan unos y otros según convenga. Unos y otros son lo mismo. Una mano firma la ley contra la corrupción, la otra se nutre de ella. Con una faceta hablan de paz, con la otra estimulan la guerra.
Los conspiradores eran abogados jóvenes y estudiantes universitarios, apoyados por algunos oficiales del ejército. Catorce fueron los ejecutados por los actos de "la nefasta noche septembrina", que así figuró en los libros de historia de la escuela cuando en la escuela se enseñaba historia. Bolívar, queriendo demostrar grandeza, perdonó a Santander. A Padilla, inocente pero negro, no. Y lo mataron.
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