Miraba esa foto en que estamos todos. “Éramos diez”, me dije… Pensaba en la enorme distancia que había entre mi padre y Ricardo; Carlos, muy joven él, tendría entonces 23 años, vivía ya su vida y Jaime estudiaba en Manizales; mientras, “los tres chiquitos”, eran eso: chiquitos. Olga Lucía, así, un poco más que niña, ya era docente. En el medio dos éramos más chicha que limonada. Las partidas, ahora somos seis, es imposible llenarlas. Se sienten las ausencias de manera profunda y dolorosa. No están físicamente, pero en cada cosa está su espíritu y su memoria. Están los momentos que compartimos, las risas, las charlas y los sueños. Compañeros, confidentes y apoyo, el legado de integridad de Gerardo, de determinación de Ghisela, de disposición de Camilo y de seguridad de Carlos Alberto, el de amor, de bondad y fortaleza comunes, siguen inspirando.
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