Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

mayo 20, 2025

Reflexiones, rituales, presencias y ausencias

 

Presencié este domingo por la televisión la misa de inauguración de León XIV. En estos tiempos de desaparición de los rituales, como lo advierte Byung Chul Han, encontrarse con uno tan minuciosamente ejecutado, seguido presencialmente por miles de personas entre ellas muchos líderes del mundo, y a través de los medios por millones, conecta con la espiritualidad humana, independientemente de las creencias de cada cual, y de la banalización de ella -la espiritualidad- como consecuencia de los avances de la ciencia. Desde la antigüedad los rituales han acompañado al hombre... la historia describe los de los griegos y  los romanos, los de los vikingos y los celtas, para no mencionar los menos conocidos, en este lado del mundo, como los de los africanos, los egipcios, los chinos, los hindúes o los japoneses,  los de los maoríes y las sociedades mesoamericanas.

Reflexiono sobre los rituales. A lo largo de la historia, los rituales han sido una forma de estructurar la vida humana, de darle sentido y de conectar con lo trascendental. Los antiguos griegos y romanos realizaban ceremonias en honor a sus dioses, los vikingos llevaban a cabo rituales de sacrificio para asegurar la protección de sus clanes. Cada cultura ha desarrollado sus propias prácticas simbólicas. Los celtas, tenían rituales ligados a la naturaleza y el ciclo de las estaciones, como el famoso Samhain, que marcaba el fin del verano y el inicio del invierno. En África, los rituales han estado profundamente ligados a la comunidad y la ancestralidad, con ceremonias de iniciación y conexión con los espíritus de los antepasados. Las civilizaciones asiáticas también han cultivado rituales complejos: los egipcios, con sus elaboradas ceremonias funerarias para garantizar el paso seguro al más allá; los chinos, con sus rituales de veneración a los ancestros y festivales como el Año Nuevo Lunar; los hindúes, con sus prácticas de purificación en el Ganges; y los japoneses, con su refinada tradición del té, que es en sí misma un ritual de armonía y respeto. Los maoríes de Nueva Zelanda han desarrollado rituales de gran significado, como el haka, una danza ceremonial que expresa identidad, fuerza y unidad.

En la actualidad, aunque algunos rituales han perdido su relevancia, otros, en algunas partes, siguen siendo fundamentales para la cohesión social y la expresión espiritual. Algunos evolucionan y se adaptan a los tiempos modernos.

Retomar el ritual, aún modificado, será difícil. Los jóvenes -también muchos que no lo son tanto- lo consideran asunto del pasado. Lo vivo recientemente en mi mismo, "el muerto al hoyo y el vivo al baile": se procede expeditamente y si te he visto, me olvidé. La rapidez con la que hoy se afronta la muerte y el duelo refleja un cambio profundo en la manera en que las sociedades procesan la pérdida. Antes, los rituales daban tiempo y espacio para la despedida, para el reconocimiento del dolor y para la sanación colectiva. Ahora, en muchos casos, parece haber prisa por cerrar el capítulo sin darle el peso que merece.

Los jóvenes pueden verlo como una práctica del pasado, desconectada de su realidad. Y sin embargo, podría ser que, con el tiempo, cuando enfrenten pérdidas más cercanas, sientan la ausencia de esos rituales y busquen maneras nuevas de dar sentido al duelo. A veces, la vida misma nos lleva a reconectar con las tradiciones, aunque sea de una manera diferente. 

Veo la velocidad con que se olvida la presencia y existencia de mi hermana, que murió hace cuatro semanas, y como su paso no significó de hecho nada para personas cercanas. Mi discurso gira alrededor de la vida, pero no desconozco el peso de la muerte. Entiendo que ciertamente no se recuperará el proceso  de que hablo y noto que, al desaparecer, desaparecen elementos que aglutinan, esos alrededor de los cuales giraron los años. Es una realidad dura cuando el duelo parece no encontrar eco. La rapidez con la que se desvanece la memoria  se siente como una segunda pérdida: no solo su ausencia física, sino la desaparición de su huella en el entorno. Claro, su existencia tuvo significado, incluso si no se reconoce abiertamente. Su paso dejó marcas, conexiones, momentos que atesoraré siempre. Tal vez la manera en que la recordamos cambia alejándose de los rituales formales, pero en la intimidad del corazón, su presencia siga viva. Tal vez. El problema es que intimidad de corazón encierra silencio. No es fácil enfrentarse a la indiferencia; en mi resistencia por mantener su memoria, honro lo que significó para mí.

En La desaparición de los rituales, Byung-Chul Han analiza cómo la sociedad contemporánea ha ido perdiendo los rituales que antes estructuraban la vida colectiva y daban sentido a la existencia. Según Han, el neoliberalismo y el individualismo han erosionado los lazos comunitarios, reemplazando los rituales por una comunicación superficial y una obsesión por la autenticidad personal.

El filósofo argumenta que los rituales no solo organizaban la vida social, sino que proporcionaban estabilidad emocional y sentido de pertenencia. Sin ellos, la sociedad se vuelve más fragmentada, y las personas quedan expuestas a la manipulación y explotación. Han sostiene que la mercantilización de la comunidad ha llevado a una pérdida de profundidad en las relaciones humanas, y que solo a través de rituales compartidos podemos recuperar una conexión más auténtica con el tiempo y la existencia 

No solo son los rituales de la muerte, también los rituales iniciáticos. El bautizo, la primera comunión, los quince años, los grados, han ido perdiendo presencia. Las universidades mandan el título por correo y/o los muchachos pasan a recogerlo por ventanilla. Los hijos no quieren dar a sus padres la oportunidad de sentirse orgullosos del logro, o del esfuerzo personal que les representó. Se ha transformado profundamente la manera en que las personas celebran los hitos de la vida. Esos rituales que antes representaban un paso simbólico hacia una nueva etapa, han ido perdiendo solemnidad y emoción. Solían ser momentos de encuentro, de reafirmación comunitaria y de reconocimiento del esfuerzo individual y familiar. Ahora, en muchos casos, parecen reducirse a trámites administrativos, perdiendo esa dimensión social y emocional que los hacía significativos. Tal vez esta falta de reconocimiento genera una desconexión entre generaciones, donde los padres no logran transmitir la importancia de estos momentos y los jóvenes no sienten la necesidad de compartirlos.

 


 

 


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