Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

mayo 26, 2025

Notas

 

Uno dice a una persona que la quiere, y ella inmediatamente interpreta que la ama. No, no la amo, la quiero. Decía Margarite Yourcenar: "Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad". Querer. Este uso de "querer" se diferencia del sentido emocional de amar, que implica un vínculo afectivo profundo. Es más cercano a una necesidad o preferencia inmediata. También puede emplearse en situaciones más abstractas, como "quiero éxito en mi carrera" o "quiero tranquilidad en mi vida."

La palabra "querer" tiene una carga emocional que puede generar confusión. En muchos casos, cuando alguien dice "te quiero", la otra persona lo interpreta como amor romántico. Sin embargo, puede expresar afecto, como en una amistad profunda o una relación de confianza. El verbo expresa deseo o necesidad de algo. Se usa para indicar que alguien desea obtener o experimentar una cosa concreta, por razones prácticas o de bienestar. Como querer un vaso de agua porque se tenga sed, o sombra porque el sol es fuerte o descansar después de un trabajo. Para evitar malentendidos, algunas personas prefieren decir "te aprecio" o "me importas mucho". Pero podríamos reivindicar el valor del "te quiero" en su significado más amplio, sin encasillarlo en el amor.

La frase es maravillosa. La complicidad puede ser más poderosa que el amor, porque implica comprensión mutua, apoyo y conexión que va más allá de las emociones efímeras. Es la certeza de que alguien nos entiende sin necesidad de explicaciones.

Yo, al decir "te quiero", supongo un contexto más simple. Más amplio, que el amor que siempre es restrictivo y posesivo. El amor se carga de expectativas, y de egoísmo disfrazado de afecto. En cambio, "querer" puede ser más libre, un lazo que no busca aprisionar sino compartir, acompañar. A veces, el amor no es solo sentimiento, sino una forma de intercambio, de necesidades mutuas. Pero el "querer" bien entendido puede trascender eso: puede ser amistad, complicidad, respeto, incluso amor sin exigencias.

Es triste que el matiz del "te quiero" se confunda, no importa el esfuerzo por aclararlo. Comprender que existen formas de conexión tan valiosas como el amor romántico, y que querer no significa posesión, sino expresión por compañía sin condiciones.

Hay diferencia entre te quiero y te deseo: algo va de decir te amo a decir te quiero a decir te deseo, aunque algunas circunstancias comprenderán las tres cosas, pues el amor pleno lleva implícito el cariño y el deseo. Hay relaciones donde querer sin amar es posible, o desear sin querer, lo cual plantea dinámicas complejas.  La diferencia es sutil pero fundamental. Mientras que querer implica afecto, vínculo y cercanía emocional, desear introduce atracción, necesidad o impulso, físico o pasional.

Hay un espectro de intensidad y significado:

  • "Te amo" — Expresa un sentimiento profundo, con compromiso, entrega y afecto arraigado.
  • "Te quiero" — Es más amplio y flexible. Puede abarcar amistad, cariño, complicidad, sin la carga emocional del amor absoluto.
  • "Te deseo" — Suele referirse al deseo físico o a la atracción, una conexión más instintiva o momentánea.

El lenguaje, aunque poderoso, a veces no alcanza a capturar toda la complejidad de lo que sentimos. De ahí surge la necesidad de la poesía, que juega con las palabras para expandir los significados, romper las limitaciones y crear imágenes que transmitan lo que el lenguaje cotidiano no puede expresar. La poesía permite decir "te quiero" sin que suene simple, o "te deseo" sin que parezca impulso o grosería. Permite transformar sentimientos en metáforas, en símbolos que resuenan más allá de la razón. Un "te amo" puede convertirse en río, en fuego, en viento que arrastra el alma.

Marguerite Yourcenar explora el amor, la pasión y el deseo con una profundidad extraordinaria. Sus palabras tienen esa cualidad casi mística, capaz de capturar los matices de lo que hablamos: el "querer", el "desear" y el "amar" en todas sus complejidades. Uno de sus pensamientos más impactantes sobre el amor dice: "Cada hombre es un prisionero, y no hay amor que no sea un intento de abrir una prisión." Comprendía que el amor no siempre es entrega pura, sino también lucha, deseo de libertad y de comprensión. Sus textos invitan a vivir el amor y el querer más allá de las definiciones rígidas, a sentirlo como una experiencia que trasciende las palabras.

En Fuegos, Marguerite Yourcenar tiene una reflexión sobre el corazón. Una imagen que habla de la crudeza del amor y del deseo. Evoca la idea de que el corazón, lejos de ser solo un símbolo de ternura, también puede ser un órgano expuesto, vulnerable, en su entrega. Es una de las metáforas más impactantes de Yourcenar. Compara el corazón humano con algo tangible, casi brutal: el corazón expuesto, sangrante, entregado sin reservas. Yourcenar parece explorar la idea de que el amor no es solo dulzura o ternura, sino también algo visceral, casi feroz. El corazón, lejos de símbolo romántico idealizado, se convierte en imagen de sacrificio y vulnerabilidad extrema. Amar es abrirse, exponerse, entregarse como un corazón sobre la mesa, sin miedo a que otros lo vean y juzguen. Esta visión desafía la noción convencional del amor como algo puro y sublime. Recuerda que el amor puede ser doloroso, que hay una cierta violencia en el hecho de desear, de querer, de amar sin medida. Es una aproximación valiente, que rompe con el sentimentalismo tradicional y nos muestra el amor en su estado más crudo.

La frase es: "Un corazón es tal vez algo sucio. Pertenece a las tablas de anatomía y al mostrador del carnicero. Yo prefiero tu cuerpo."  La imagen despoja al corazón de su simbolismo romántico y lo muestra tangible, casi brutal. Yourcenar parece sugerir que el amor no está en el corazón idealizado, sino en la presencia física, en el cuerpo, en la realidad de la conexión humana. No menciona el espíritu: “prefiero tu cuerpo.” Me parece profundamente espiritual y tal vez se asocia -disociativamente- con la visión occidental de cuerpo y alma como dos cosas diferentes. Al rechazar el corazón como símbolo romántico y elegir el cuerpo, parece estar haciendo una declaración sobre la materialidad del amor. Esta elección, lejos de ser solo física, es espiritual. En occidente, el cuerpo y el alma se ven como entidades separadas: el cuerpo, lo terrenal, lo efímero; el alma, lo trascendente, lo eterno. Pero Yourcenar, en su escritura, parece fusionarlos. Al preferir el cuerpo, ¿acaso no lo está elevando? No lo trata solo como objeto de deseo, sino como el espacio donde habita la conexión real, más allá de la idealización romántica. Esto podría recordar visiones filosóficas que entienden el amor no como algo abstracto, sino como algo que se experimenta a través de la piel, del tacto, de la presencia física. Lo espiritual no está separado del cuerpo, sino contenido en él, inseparable.

Pocas personas, cercanas, captan la sutileza. En una idea como esta se requiere una sensibilidad especial. No todos están dispuesto a mirar más allá de lo evidente, a cuestionar las categorías fijas de cuerpo y alma, amor y deseo. Se plantea una visión que desafía,  que obliga a repensar lo que damos por hecho. Quizás es por eso por lo que sus palabras me resuenan: capto la profundidad del mensaje, la fusión que no muchos ven. Tal vez compartir esta perspectiva con alguien cercano, aunque no la entienda de inmediato, puede abrir un espacio para la reflexión. Y sí, puedo sentirme solitario cuando no hay con quien hacerlo. No significa que no haya personas que aprecien estas reflexiones. Este escrito es producto de una conversación. En la literatura, en textos de otros escritores que exploran el amor y la existencia encuentro compañía intelectual. A veces, los libros nos hablan de una manera que las personas a nuestro alrededor no pueden.

 

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La relectura es un acto casi alquímico: lo que parecía lejano o difícil de asimilar, de pronto cobra sentido. No porque el libro haya cambiado, sino porque yo he cambiado. Se tienen experiencias que permiten captar lo que antes pasaba desapercibido. La vida es el libro que siempre releemos, con ojos distintos. Lo insignificante cobra sentido en otro momento, y lo que alguna vez impactó puede volverse trivial. Estamos en constante evolución. No es el texto el que cambia, somos nosotros, nuestras heridas, nuestras alegrías y lo que acumulamos en el camino. Estamos cambiando, viendo el mundo con nuevos ojos. La primera lectura nos da una impresión inicial, pero la segunda (y las siguientes) nos revelan capas ocultas. Quizás porque entendemos mejor ciertas palabras, o porque simplemente somos más sensibles a matices que antes ignorábamos.

Eso sucede con los libros, con la música, con el arte en general... e incluso con las personas. Reencontrar a alguien después de años, escuchar su historia con otra perspectiva, descubrir que el significado de una conversación ha cambiado con el tiempo. Todo se transforma.

Hoy volvería a leer El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de Selma Lagerlöf,  una obra fascinante que combina aventura, geografía y crecimiento personal. Publicado en 1906 y 1907, el libro sigue a Nils, un niño travieso que, tras ser convertido en duende, emprende un viaje con una bandada de gansos salvajes a través de Suecia. Lo que hace especial esta historia es su capacidad para transformar un relato infantil en una exploración profunda del mundo y del propio protagonista. A medida que Nils recorre el país, aprende sobre la naturaleza, la cultura y, sobre todo, sobre sí mismo. Es un libro que, dependiendo del momento en que se lea, puede revelar distintas capas de significado. Cuando lo leí, muy niño, me impresionó la temperatura. Habitante del trópico, entonces no captaba las estaciones; aun me es difícil hacerlo. El viaje de Nils tiene fuerte presencia de ellas, los paisajes fríos de Suecia, los cambios del clima y su impacto en la vida de los personajes. Para alguien que creció en el trópico, esos elementos parecen abstractos, casi irreales, pero después de haber vivido las estaciones, de haber sentido el frío en invierno, el despertar de la primavera, el dorado del otoño la historia adquiere una textura distinta. Ya no es solo un relato de un niño volando sobre Suecia, sino una narración que evoca sensaciones concretas: la nieve bajo los pies, el viento helado, los días más cortos y las luces distintas en cada época del año. Si volviera a leerlo conectaría de manera más íntima con esos detalles. Tal vez algunas descripciones que antes pasaban desapercibidas ahora evoquen recuerdos o sensaciones que antes no tenía.

Me ha impactado negativamente el invierno... Cuando en el trópico se dice "frio", es una cosa, pero sentir frio en Inglaterra en invierno, por decir algo, es otra cosa... El frío del trópico es más una sensación fresca que una verdadera crudeza térmica. Pero cuando se enfrenta el invierno ahí la palabra "frío" es otra cosa. Es un frío que no solo se siente en la piel, sino que se filtra en los huesos, que transforma los paisajes, que obliga a un nuevo ritmo de vida. Las primeras experiencias con el invierno real son difíciles: la humedad que se convierte en hielo, los días cortos, la necesidad constante de abrigo. Es un choque para quienes vienen de un clima más estable. Pero tiene su lado fascinante: la nieve, la atmósfera melancólica, la forma en que el mundo cambia completamente.

Me gusta el otoño, me gusta septiembre… Septiembre y el otoño tienen algo especial. Es ese momento de transición, cuando el calor comienza a ceder y el aire se vuelve más fresco, pero aún hay luz suficiente para sentir que el mundo sigue vibrante. Es una estación melancólica, pero de una belleza particular: los tonos dorados, el crujido de las hojas bajo los pies, la sensación de calma después de la intensidad del verano. Además, septiembre tiene algo simbólico: el inicio de nuevos ciclos, el retorno a la rutina, con un aire renovador. Es un mes que invita a la introspección, a la nostalgia, pero también al disfrute de los pequeños placeres.

Podría acostumbrarme al invierno. El invierno invita al espíritu, a la lectura, a la música. Incluso a estar en un gran museo. Empuja hacia la introspección, invita a rodearse de arte, palabras y sonidos que nutran el espíritu. Es la estación para perderse en una novela profunda, dejarse envolver por la música clásica o caminar por los pasillos de un museo donde el tiempo parece suspendido. Esa conexión con la cultura en invierno tiene algo especial, quizá porque los días fríos nos hacen buscar refugio en cosas que alimenten la mente y el alma. Es como si el clima nos empujara hacia lo contemplativo, lo artístico, lo eterno. Si pudiera elegir, pasaría jornadas de invierno en la Galería Nacional, en Londres, escucharía Chopin o Sibelius... Leería a Cortázar. La Galería, con su colección monumental, lugar perfecto para dejarse envolver por el arte en un día de invierno. Chopin sonando en el fondo, con sus nocturnos melancólicos, o Sibelius, con su música que evoca paisajes helados y vastos horizontes, crea una atmósfera única. Y Cortázar que juega con el lenguaje y la percepción, sería el complemento ideal. Su obra tiene esa capacidad de transformar lo cotidiano en algo surrealista, de invitarnos a mirar el mundo desde ángulos inesperados. Un día así suena como una experiencia que se graba en la memoria.

¿Qué pintura me gustaría tener frente a mi mientras suena Chopin? Curiosamente, Rothko. Sentado en la Capilla de sus pinturas en Houston, en silencio y rodeado por el ambiente que solo ve allí "unos enormes cuadros negros".  La Rothko Chapel en Houston, diseñada para la contemplación y la introspección. Sus catorce pinturas, en tonos oscuros y profundos, no buscan impresionar con color o forma, sino sumergir a quien ve en una experiencia sensorial y emocional. Rothko creó un ambiente donde el arte tiene ser observado y tiene que ser sentido, que envuelve, que transforma. Es curioso cómo muchas personas ven solo "cuadros negros", sin percibir la vibración de los colores dentro de la aparente oscuridad. Para quien mira con atención, la capilla es lo que es y a lo que invitan los libros que ofrece para ser tomados a la entrada: un espacio de meditación, casi místico. Produce silencio absoluto, paz, y algo más inquietante en las profundidades del alma cuando se empieza a interpretar lo que hay dentro. Fui alguna vez con amigos que se salieron al minuto. Uno que se queda, se sienta a mi lado, y minutos después me dice "Luis Fernando, ¿estás viendo lo que yo? Y le respondo: "No sé qué ves, pero el hecho de que veamos algo, significa que sí." El arte se convierte en diálogo silencioso, en presencia que se siente más que se entiende. Pasamos del desconcierto al descubrimiento, y lo que vimos, aunque imposible de definir con precisión, fue lo mismo: nos atrapó, nos hizo quedar.

Eso es lo maravilloso de Rothko, de su capilla y de ciertos espacios en el arte no buscan imponer un significado, sino crear un umbral donde las emociones, las percepciones y hasta las historias personales se proyectan sobre el lienzo. Y cuando alguien lo siente con uno, cuando ese silencio se vuelve compartido, hay una complicidad inesperada, como si se hubiera cruzado la misma puerta al mismo tiempo. Esa ocasión, el mismo día, fue curiosa: había cerca, una muestra comprensiva de J.M. Basquiat. Yo no lo conocía. Me impactó de inmediato. El amigo dijo: mis hijos a los seis años pintaban así. Fue divertido. Personalmente me enamore de Basquiat. La energía visceral que puede desconcertar a primera vista, pero que, cuando te atrapa si te dejas. Su arte, tan crudo, tan lleno de simbolismo, parece espontáneo, pero está cargado de profunda sensibilidad social y emocional. Justo ahí está la genialidad de Basquiat: lo que parece simple y espontáneo es, en realidad, un lenguaje sofisticado, lleno de capas, de códigos, de historia. Una pintura de Basquiat no es solo trazos caóticos, sino una conversación con lo urbano, con la cultura pop, con el dolor y la identidad. La magia radica en la sensación de caos controlado, de espontaneidad que en realidad es calculada. Sus trazos, sus palabras fragmentadas, sus figuras que parecen infantiles, encierran una historia compleja, todo lleno de significado.

Esa simplicidad esconde capas de pensamiento, influencias culturales, angustias personales y críticas sociales. Cada línea, cada color, cada símbolo tiene un propósito, aunque parezca improvisado. Es un arte que vibra, que no se queda en la superficie, que desafía al espectador.

He llorado frente a un cuadro... Un Guayasamín, en la época en que en Colombia había demasiada violencia de todo tipo. Guayasamín captura el dolor y la lucha en su pintura. Su pintura, entonces en el Museo Nacional en Bogotá, es un grito visual contra la violencia, la opresión y el sufrimiento humano. Figuras angustiadas, manos implorantes, rostros distorsionados por el dolor. Su obra transmite una intensidad emocional que no deja indiferente. En ese momento y después en todos, su pintura me ha tocado. Manos y voces pues sus cuadros claman. son símbolo de sufrimiento y resistencia. Implorantes, desgarradas, abiertas en el grito mudo que trasciende el lienzo. Expresan la humanidad que persiste en medio del dolor. Arte para ser sentido, y por eso es imposible quedar indiferente ante él.



 

 

 

 

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