Los muertos reposan, dicen, aunque la verdad: están muertos. Los vivos duelen más. Aquellos se han ido, flotan en el viento, se hace lágrimas. Estos, porque somos, somos más distantes, más ausentes. Los recuerdos sostienen a los muertos. Las palabras —o su ausencia— marchitan a los vivos. Muertes de vivos que apenas si se sienten. Así me disuelvo, me deshago, como las almas que entregan su última moneda al barquero para cruzar el río, y se desvanecen en la bruma hechos nada más que onda de un momento en la corriente.
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