La posesión del cuerpo ha sido regulada por el poder, la moral y la sociedad. Apenas por momentos llega a pertenecernos, ya que el estado, la medicina y la cultura determinan sus usos. Abrazarse a uno mismo es casi un acto censurable de autocontemplación, y el abrazo ajeno suele ser impuesto. En este contexto, la autoafirmación se convierte en resistencia.En el mundo digital, la identidad se construye como una propuesta más que como una esencia. La imagen es manipulada para encajar en mercados simbólicos donde la autenticidad se diluye. Al desaparecer la mirada estructurante del otro, la identidad queda flotando entre lo performativo y lo efímero.Byung-Chul Han describe un narcisismo vacío, una fabricación orientada a la aprobación externa. Lo auténtico se refugia en lo oculto, en un interior que puede ser resistencia, pero también aislamiento. La sociedad no deja mucho espacio para lo genuino, obligándolo al silencio forzado.La identidad se banaliza, se disuelve en tendencias y se transforma en adaptación continua. Lo que antes era certeza hoy es incertidumbre, y lo único que permanece constante es el cambio. Como con los tatuajes, aquello que era símbolo de identidad se convierte en moda, perdiendo su significado original. Se hacen puentes que no se sabe lo que unen.
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