Soñar en voz alta es un gesto temerario. No porque sea irracional, sino porque es íntimo. Y la intimidad —como bien se sabe— está hoy intimidada.
Cuando alguien dice “soñé”, no está jugando al visionario: está abriéndose la camisa en plena plaza, mostrando su corazón sin blindaje. Eso incomoda. Incomoda a los cínicos. A los pragmáticos prematuros. A los expertos en resignación.
Y por eso este manifiesto puede provocar risa nerviosa. Porque recuerda a otros lo que fueron, antes de olvidarse. Y lo que podrían ser, si se atrevieran.No pido perdón por proponer. No justifico la ternura, ni el absurdo, ni la alegría. Esto no es una ideología. Es una invitación.No estoy aquí para convencer, sino para contagiar. No se le teme a la risa: se le responde con una banca en la plaza. Con una rayuela pintada. Con una vida pequeña y luminosa.
Porque el hombre es lo que se cree. Y lo decimos sin temblor: nos creemos capaces de bondad. De belleza. De justicia amable.Si eso es un error, que lo sea.Pero que nadie diga luego que no se le ofreció un sueño limpio, un texto descalzo, una fe sin templo .
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