Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

junio 27, 2025

La Justicia Social: Un Análisis Crítico de su Concepto y Aplicación

 

La Justicia Social: Un Análisis Crítico de su Concepto y Aplicación

¿Qué es la justicia social? La mera idea, pilar fundamental en los debates sobre equidad y desarrollo social, desata una avalancha de preguntas que nos llevan al corazón de cómo vivimos y nos organizamos como sociedad. ¿De qué o quién es la responsabilidad de su implementación? ¿Implica una obligación individual de responder por el bienestar colectivo, o acaso desafía la noción de que cada uno es el único responsable de su propio destino? Y, en última instancia, ¿se trata de repartir pobreza o de distribuir riqueza, y qué condiciones son indispensables para lograrlo?

Orígenes y Evolución del Concepto de Justicia Social

El concepto moderno de justicia social se consolidó en el siglo XIX, emergiendo como respuesta a las desigualdades generadas por la Revolución Industrial. El sacerdote jesuita Luigi Taparelli d’Azeglio fue uno de quienes acuñaron el término en la década de 1840. Sin embargo, sus raíces filosóficas se remontan a la justicia distributiva de Aristóteles, quien ya reflexionaba sobre cómo repartir los bienes de manera justa en una comunidad.

En el Libro V de la Ética a Nicómaco, Aristóteles desglosa su concepción de justicia particular en dos categorías:

  • Justicia conmutativa: Regula las relaciones entre individuos, como contratos, intercambios o compensación por daños.
  • Justicia distributiva: Se ocupa de cómo se reparten los bienes comunes —honores, riquezas, cargos— entre los miembros de la comunidad.

Para Aristóteles, la justicia distributiva no implica dar a todos lo mismo, sino a cada uno, según su mérito o contribución, basándose en la proporcionalidad geométrica. Esto significa que, si dos ciudadanos contribuyen de forma desigual al bien común, sería injusto asignarles la misma parte. La igualdad, en este contexto, no es aritmética sino proporcional. Esta visión contrasta con enfoques más modernos como los de Rawls, centrados en la equidad, o Nozick, que prioriza el respeto a la propiedad.

Con el tiempo, el término "justicia social" fue adoptado por movimientos socialistas y socialdemócratas, así como por organismos como la ONU.

Definiendo la Justicia Social Hoy

La justicia social se propone garantizar una distribución equitativa de recursos, oportunidades y derechos dentro de una sociedad. No se limita a la igualdad formal ante la ley, sino que aspira a crear condiciones reales para que todas las personas, especialmente las más desfavorecidas, puedan vivir con dignidad y desarrollar su potencial. Sus principios fundamentales incluyen:

  • Igualdad de oportunidades en áreas cruciales como educación, salud y empleo.
  • Redistribución de la riqueza para mitigar la pobreza y la exclusión social.
  • Reconocimiento de derechos laborales y sociales.
  • Inclusión de grupos marginados y lucha activa contra la discriminación.

En esencia, la justicia social debe enfocarse en repartir oportunidades, no culpas, permitiendo que los individuos puedan desarrollarse sin ser juzgados indolentemente por circunstancias fuera de su control.

Desarrollo Nacional y la Paradoja de la Justicia Social

Surge una pregunta crucial: si la justicia social es tan vital, ¿por qué algunas naciones no logran desarrollarse? El caso de Corea del Sur es un ejemplo paradigmático. En menos de cuarenta años, pasó de ser una sociedad rural a una potencia global. Su éxito no se basó en lamentaciones o la búsqueda de culpables, sino en una estrategia multifacética:

  • Planificación Estratégica entre Educación y Economía: Alineó su sistema educativo con las necesidades de su modelo de desarrollo, formando talento para sectores estratégicos como la electrónica, la ingeniería y la ciencia aplicada.
  • Industrialización Dirigida por el Estado: El gobierno impulsó agresivamente la industrialización, apoyando a grandes conglomerados que invirtieron en investigación y desarrollo.
  • Inversión Masiva en Ciencia y Tecnología: La innovación fue el motor de crecimiento, con un gasto significativo en I+D que generó ecosistemas propicios para la creación de empresas y patentes.
  • Cultura del Mérito y Disciplina Social: A pesar de los altos costos emocionales, la sociedad coreana se movilizó en torno a una visión compartida de esfuerzo educativo y disciplina.
  • Adaptación Constante: Migraron de la manufactura a industrias creativas, biotecnología e inteligencia artificial, reconfigurando su demanda laboral.

Corea del Sur ilustra cómo una sociedad puede movilizarse en torno a una visión compartida de crecimiento, un contraste rotundo con otras naciones. Países como Colombia forman talento sin una estrategia nacional de desarrollo productivo clara, generando frustración cuando el esfuerzo individual no encuentra eco en un entorno que no ofrece oportunidades adecuadas. Otros ejemplos de éxito como Vietnam, Malasia, Tailandia y Singapur demuestran que la planificación estratégica y la adaptación son claves, en lugar de depender solo de programas asistencialistas. Nos quedamos pegados del Sisbén, la EPS, las horas extras y la pendejada. La Constitución, que habla del Estado Social de Derecho, aunque proclame "Colombia es un Estado Celestial", no cambia nada si no hay acción.

El Rol del Estado y la Persona en la Construcción de la Sociedad

La discusión sobre el desarrollo lleva inevitablemente al papel del Estado. El Producto Interno Bruto (PIB) de Colombia, si bien lo posiciona como una economía mediana en Latinoamérica, su PIB per cápita está por debajo del promedio regional y de países como Chile o Uruguay. Es menor que el de República Dominicana y Perú. Esto plantea la pregunta sobre si la frase escrita en la Constitución carece de impacto real al no traducirse en acciones concretas que promuevan el desarrollo y la generación de riqueza. Si no fuera porque la cocaína alimenta la economía, estaríamos como Haití.

El Estado —como territorio, población e instituciones— es una ficción útil, pero las personas son reales. Esta distinción es crucial, pues cuando el Estado intenta esculpir conciencias o dictar verdades únicas, o la población le pide que lo haga, el riesgo de que la ciudadanía se transforme en servidumbre es profundo, abriendo la puerta a regímenes totalitarios.

El caso de la Alemania nazi es un doloroso recordatorio de esta trágica posibilidad. Hitler no era un dios, sino una figura encumbrada y legitimada por sus propios seguidores y pensadores. ¿Cómo pudo una sociedad tan culta —con filósofos como Heidegger, brillantes juristas, profesores universitarios y científicos— sucumbir a una ideología tan racista y destructiva? Estos intelectuales no solo no se opusieron, sino que activamente legitimaron el régimen desde la academia y desde el gobierno mismo, bien por convicción, conveniencia o cobardía. De esta forma, el Estado fabricó a sus "personas", transformando la sociedad hasta llevarlas a justificar los campos de exterminio y las montañas de calaveras. Este es un escalofriante ejemplo de cómo, cuando el Estado hace a las personas, surgen los gulags, los Jemeres Rojos de Camboya y las tiranías.

En última instancia, son las acciones de individuos concretos las que construyen o destruyen el Estado, quienes forjan la paz, el derecho, la justicia y el bienestar. La historia misma nos muestra la paradoja: mientras Bolívar dictaba su decreto de Guerra a Muerte —una medida extremadamente cruel en un contexto de conflicto brutal—, también proclamaba frases como: "Formémonos una patria a toda costa y todo lo demás será tolerable. El título de Buen Ciudadano es preferible para mí al de Libertador." Esto evidencia cómo incluso los ‘libertadores’ pueden caer en lógicas de exterminio o contradicción moral cuando el fin, por más elevado que sea, parece justificar los medios. Depender de soluciones mágicas en textos constitucionales es insuficiente. Quizás la clave no esté en la utopía o idea de un "Estado social de derecho" meramente nominal, sino en la construcción práctica de un "Estado de bienestar" que traduzca los derechos en realidades tangibles para cada individuo. La transformación surge del compromiso y la voluntad de cada persona, de la suma de esfuerzos individuales hacia un plan claro y estratégico que fomente el desarrollo y la prosperidad para todos.




 

 

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