El joven, adolescente, niño, ya casi bebé — ahora rodeado por bienestar familiar, la defensoría del pueblo, la presidencia de la república—, se aproxima con una pistola de altas características a su blanco. La levanta con frialdad y dispara ocho balas, dos de las cuales lo impactan. No le produce una muerte inmediata, lo hace luchar por su vida. El tirador parece que calcula que puede retirarse, como en la escena de El Padrino, para coger un bus cualquiera y perderse entre la multitud pero por fin alguien reacciona y lo detienen. Y empieza la comedia. "Mataron al hijo de una mujer árabe", reacciona el gran jefe. Aparecen los videos del momento. Muestran una conversación tomada del celular del sicario. "Protejan al niño", claman. Y se desaparece el celular. Y manipulan el arma. ¿De qué se extrañan? También han amenazado al hijo del ministro y al del presidente y a los demás precandidatos y a raimundo y todo el mundo. Se concentran en conocer en qué pueblo perdido de los desiertos de USA compraron el arma. Y, hasta ahora, nada más se sabe: ni quien hizo el encargo, ni quien iba a pagar, ni por qué, ni para quién... ¡Ah!, pero todos a una: fue mordisco, el clan, el tren de aragua, las mafias del narcotráfico, Netanyahu, Putin, la CIA. Y hasta Dubai. Cada periodista se inventa algo. No: fueron los de su propio grupo, fue un autoatentado! En la niebla de las palabras todo quedará en nada... Recuerden aquel que duró preso cuatro años sin tener nada que ver: se llamaba Alberto Júbiz Hazbúm. Mientras, el que manipuló la escolta, se investigaba a si mismo... La historia se repite.
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