Como la dama pálida ha estado de visitante asidua en nuestra casa grande este año, ayer, con motivo de otra de ellas, escuchaba hablar a un miembro de la familia ampliada, exseminarista, pero seminarista de corazón —como algunos compañeros, con excepciones— que trataba de explicar que allá, en el paraíso, uno no iba a encontrarse con sus seres amados porque, según dijo, allí es otra cosa: puesto que no se requiere de nada no se carece de nada... el amor de Dios lo copa todo. Pensé: "En el cristianismo, la felicidad terrenal no es el objetivo principal, sino el gozo y la paz que provienen de una relación con Dios. Muchos textos bíblicos enfatizan que la felicidad del mundo es pasajera, mientras que el gozo en Cristo es eterno. La diferencia radica en la perspectiva: la felicidad, según el mundo, depende de circunstancias externas y puede ser efímera. En cambio, el gozo cristiano se basa en la confianza en Dios y en la esperanza de la vida eterna. Por eso, los cristianos no buscan la felicidad como el mundo la define, sino una satisfacción más profunda que trasciende las dificultades de la vida." Humm!, me digo: es que la otra vida -la eterna- en realidad no es vida...
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