Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

noviembre 15, 2025

Crónica del camino, y de la ñapa


"una sombra, una ficción" 

 

Me detuve en el puesto de frutas que, por costumbre, marcaba la frontera con Medellín en el pasado, por la vía de Minas. Desde que una nueva vía acortó la distancia o la hizo más suave, mi paso por allí se volvió una liturgia olvidada. El hombre del lugar, de rostro curtido, a quien todos llaman Pelusa, encendió una sonrisa al vernos:
—¡Doñángela, cuánto tiempo sin pasar por aquí!
Nos dió jugo de guanábana con ñapa y —además de mamoncillos— la profusión de frutas colombianas ofrecía unos zapotes casi sin pepas. Y unos aguacates de morir. Entre tanta abundancia, un atado de palitos, deshidratados como tallos de sombra, llamó mi atención. Pregunté por ellos. Me dijo que servían para hacer un remedio para la diabetes y otras dolencias. No alcancé a retener el nombre, tal vez Palo Santo, una de esas curas humildes que la tierra concede. Lo compré e hice la infusión anoche, tal como me indicó.
—Da muchas ganas de orinar —advirtió.
—Lógico —repliqué—, si se hace en un litro de agua.
La tomé: es insípida. Quién sabe, de pronto sirva para algo. Recordé a mi madre, que solía decir: “Lo que no envenena, engorda”, justificando la ahuyama con que nos nutrió a base de vitaminas obligatorias.
Hay una infinidad de hechos cotidianos que se precipitan, invisibles, cada día, sin merecer nuestra atención. Hoy podría citar varios: el desconocido que advierte una luz encendida al dejar el carro en la calle —un ángel efímero de la vigilancia—; la persona que, al irrumpir yo en la oficina, dice: “Buenos días, tan temprano y ya usted aquí”, un reclamo disfrazado de halago; o la que entra de improviso y se asusta: “Pensé que no había nadie”. “Ya le traigo tinto”, ofrece luego con una sonrisa, restableciendo el pacto social del café.
Instantes después, la vida se tensa:
—Llegaste antes, y yo tarde porque no me confirmó la hora.
La réplica es exacta:
—Sí, lo hice. Dijiste siete, y a las siete llegué. Aquí está mi mensaje.
El roce se disuelve:
—No lo vi. Ah, bueno, trabajemos.
En cada instante reside ese montón de pequeños reclamos y diminutos halagos; esas microcoreografías del afecto y el rencor que, al sumarse, forman la sutil, densa, compleja y a veces desconocida materia que se conoce, sin pompa, como vida.
Pero al detener la mirada en esos dones no pedidos —la ñapa, la vigilancia, el tinto ofrecido— uno entiende que la verdadera estructura de la jornada es la reciprocidad: la única ley que gobierna estas coreografías es la de la donación constante. “No tengo más que pedir; entre amigos todo es común”, nos diría Sócrates, validando que esta red de favores y reconocimientos mutuos es, en esencia, nuestra riqueza.
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Sobre el autor
Luis Fernando Gutiérrez-Cardona (Colombia) es ensayista y observador de lo cotidiano. Su escritura transita entre la crónica, la reflexión filosófica y la memoria íntima, con una mirada atenta a los gestos y rituales que tejen la vida común.]

 


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