Ayer ví, atribuyéndola a
Marco Aurelio, una frase:
"Pon atención a lo que la gente dice con ira; se han estado muriendo por decirte eso."
He leído
Meditaciones, pero no recordaba haber visto eso tal cual. Y de hecho, no lo dijo así. Marco Aurelio escribió:
"Acostúmbrate a prestar atención a lo que dice otra persona y, en la medida de lo posible, procura entrar en su mente." No dice "escucha con calma", ni "espera a que se le pase la rabia". Dice:
entra en su mente. Como quien entra en una casa en llamas, no para juzgar, sino para salvar lo que aún respira.
La ira es muchas veces la forma en que el dolor habla. No siempre con palabras pulidas. A veces grita, golpea la mesa, o la voz se quiebra. Pero si uno escucha más allá del estruendo, puede oír el temblor. Y el temblor, como el del mármol antes de la grieta, es una forma de verdad.
Hay personas que han callado tanto, que cuando por fin hablan, lo hacen con furia. No porque odien, sino porque han estado muriendo por decir eso. Porque nadie las escuchó cuando lo dijeron con ternura o porque la dignidad arrinconada, ruge.
Tal vez escuchar comienza en el momento en que dejamos de defendernos y empezamos a acompañar. En que dejamos de oír palabras y empezamos a percibir constancias: un grito que es también súplica, una queja que es memoria, una furia que es también amor no correspondido.
Entonces, en medio del ruido, uno puede hacer silencio. No para imponer calma, sino para ofrecer un lugar donde el otro no tenga que gritar más.
Quizás el lugar sea uno que concrete
"el derecho a regresar" de que habló
Baudelaire. Quizás uno, tocado por la frase, sienta que ha hecho tanto mal, que todo el camino que le queda es ese: el del regreso.
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