Tenía seis años y aparecía a cualquier hora trayendo una película con la intención de que se la dejara ver porque el aparato de su casa no funcionaba. La ponía y la veía y volvía a verla sin cansarse. La cocacola que le llevaba Angela se la tomaba maquinalmente sin retirar la vista de la pantalla. De vez en cuando soltaba esa carcajada franca tan suya que denotaba como disfrutaba lo que hacía.
- Deja eso Sebastián que ya la has visto seis veces, le decía empezando a exasperarme, aunque no tenía por qué: era él quien lo hacía.
Sin responder me miraba y hundía de nuevo el botón de play. El sueño eventualmente lo vencía con la película puesta, o un llamado de Cristina, su madre, ponía fín a la aventura.
El tiempo no le había llegado aún. No lo conocía. Ojalá no lo llegara a conocer.
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