Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

diciembre 04, 2009

Cuento de Navidad



 
 Fotografía: Diego Andrés -Flickr-


Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
(Para Angélica Gutiérrez-Magnes,
que se encuentra con el suspiro que es la vida)


Diciembre, olores de montañas, de cardos y de musgos. Sabores de natillas amorosas, de dulce de papaya verde y comidas compartidas, de platos que pasaban los vecinos. De buñuelos de la tia Zenayda, un poco más morenos y más grandes que los de la casa. De desamargados de naranja y postres de piña.

Diciembre de pesebre que mamá sacaba del baúl y papá armaba dejando que cada uno pusiera lo que quisiera y donde lo quisiera. De mulita cargada que seguía a la Vírgen y a San José camino de Belén, de vaquitas que se podían ordeñar y gallinas ponedoras y árbol de navidad que de verdad lo era, cortado por nosotros mismos de alguna manga vecina y organizado pobremente —Olga Lucía dirigiendo— con bombitas de colores que se desinflaban al paso de los días, con bolitas blancas de icopor y algodones pegados con colbón que suponían la nieve que nunca jamás habíamos visto ni veriamos jamás. Árbol coronado con una estrella dorada que duró hasta el final de los dias y que brilló cada año ora sobre el portal de Belén ora en otro sitio, pero la misma con algunas bombillitas que prendían y apagaban.

Diciembre de pedidos al Niño Dios en conversaciones en la mesa, de portones abiertos, tutainas y 'avecillas locas venid al portal' que solo ella sabía cantar bien. De novenas de casa en casa, de la de misiá Polonia a la de Nepo plazuela arriba. De sueños que no se sentían frustrados en el amanecer del día 25 cuando se encontraba el pequeño paquete debajo de la almohada, envuelto en papeles de estrellitas que no faltó nunca aún de adulto mientras mamá vivió y no estuvo ya el año que murió. Ni estará más. Aunque no viviera con ella se aseguraba de que allí estuviera ese amanecer.

Siempre había una razón que justificaba que no todo lo que se pidió llegara, o que no llegara nada de lo que se pidió pero si otras cosas, por ejemplo ropa en vez de juguetes. ¡Ah! ¡qué cantidad de amor tan natural y simple!
Diciembre terminaba el 25 por la tarde cuando los regalos reposaban tirados por el piso, los papeles rotos y las serpentinas aún llenaban la casa, y los juguetes destruídos, inservibles, construían la justificación de 'como no cuidan el Niño Dios el otro año no les traerá nada, o ¿vieron porqué no les trajo el carro que pidieron?'. La fiesta la solventaba un caballito de palo, o un carrito de plástico sin llantas del que se tiraba con un trozo de piola o un pedazo de cabuya. Con un alambre caliente papá les hacía un hueco para asegurar la tira. Al día siguiente, con suerte, se cerraba la casa, se ajustaba el portón, y nos ibamos para El Higuerón, a las tierras ancestrales...

Nostálgico de nada esos instantes brillaron con energías mágicas. Diciembre de velitas en la calle y vámonos a dar una vuelta por la ciudad. Diciembre que la vida llena de acumulados, de risas del hermano ido, de padres que no están. Nos amamos pero la espalda ya está doblada y Diciembre es de mañanas aterrorizantes. De anocheceres de agobio. Diciembre es ya un imposible.

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