Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

diciembre 18, 2009

Días de Diciembre



Luis Fernando Gutiérrez-Cardona

Hace años empezaron a llevarnos a su casa en esos Diciembres en que matar un cerdo no se veía tan horrible como hoy. En que sus chillidos al ser sacrificado eran celebrados y pasarse su cabeza de mano en mano, tomarse fotos besándola y hacer con ella una rifa tenía mucha gracia.

Los hombres, tracamandada de inútiles, se sentaban —como ahora— en unas tablas o en unos ladrillos a comer, a tomar cerveza y a esperar que los atendieran, y las mujeres los atendían quejándose —como ahora— de ser las piedras del fogón. Ella dirigía con suavidad y firmeza lo que pasaba en la casa, en la parrilla, en la sartén y en una olla que empezaban a llenar de toda clase de cosas. Nos proveía sobre todo de buenos sentimientos. Y de carne, de buñuelos, de natillas, y de cama a los que iban sucumbiendo. Por el sueño, se entiende. Había morcilla a cierta hora, sancocho de espinazo y limonada. Jugábamos con agua, veíamos crecer las niñas, las oíamos tocar alguna vez los puentes de parís en la flauta, que perro que perro en la guitarra o el piano y cantar alma negra váyase a saber porqué.

Todos pasamos por ese patio del barrio estrella. Los que no, lo hicieron después por el de la casa de la florida. Los que resistieron las chanzas y las pesadeces, ahí siguen. Casi todos. No sé qué impresión les dimos. No fue muy mala o resultaron muy aguantadores. "No me dejaron criar estos muchachos" se quejaba Ghisela. 

Le enseñaron a hablar y cantar a los mudos, Carlos hacía brujos con sus cables y sus aparatos, Felipe y Camilo servían tragos sin descanso porque para ellos el estado natural de las botellas es vacías, y los demás nos los tomábamos a la misma velocidad que los servían. Cantábamos tutainas y llegaba el Niño Dios que bien podía traernos unas medias con marranitos dibujados, un pollo congelado o ese cúmulo de detalles amables.

Años después los tíos tienen bastante menos pelo, algunos no tienen ninguno. Pero en compensación los que han llegado tienen mucho, algunos demasiado. No están Papá ni Mamá. No está Camilo. Seguimos pidiendo como regalo "la paz para Colombia" sin conseguir que nos lo traiga. Tampoco ha traído una moto de alto cilindraje a alguien que la pide en voz alta, ni un viaje a alguna parte en el otro lado del mundo, o en el otro mundo, a alguien que lo pide sin decirlo.

Así como la tierra sigue su rumbo de 4.500 millones de años soportándose en la gravedad de su estrella, este mundo se sostiene en la fuerza original de Carlos y Fabiola y en el aporte de los planetas circundantes con sus lunas, más la ayuda de cometas que pasan raudos o no, pero dejan su presencia en una anécdota, en una canción, en uno de esos chistes flojos.

Atraídos por esa fuerza y por el remanente triste pero alegre de las estrellas extinguidas, por el polvo distorsionado por el tiempo que es ya mi padre, la luz brillante que todavía es mamá, el titilante fulgir de nuestro Cami, los brazos se ofrecen a los brazos cada noche de novena de navidad. De Valentina o María Paz, de Andrea o Juan.

Y desde Gabriel hasta Claudia Marcela vemos empujar la marea de la vida que acaba vida y crea vida con una explosión formidable de voces de niños que aprenden villancicos y de otros niños que empiezan a olvidarlos.


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