Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Un día todos los peces de los rios, todos los de los lagos y los de las aguas dulces sintieron ganas de llorar. Supieron por uno que escapó de lo que habia afuera, de lo que pasaba con ellos cuando estaban fuera. No extrañaban las montañas del aire, ni las plantas del aire, ni las flores del aire, ni los colores del aire. Ellos tenían sus montañas, sus plantas, sus flores, sus colores. Sus abismos, sus llanuras y sus selvas. Sus días y también sus noches. Ellos producían sus propias luces abisales. Y el agua era su aire. Y lloraron todos al mismo tiempo muchas horas. Y con ellos todas las criaturas acuáticas. Y se fue formando una inmensa corriente salada que corría por todas las vertientes. Así fué como nació el mar. Algunos humanos sensibles, muy pocos, se enteraron y comprendieron y se convirtieron en sirenas y tritones, algunos pájaros también y se volvieron casi peces, y también algunos peces, casi pájaros.
Dicen que los peces no lloran, cuando los que no lo hacen son los pescados. Pero si dejaran de llorar, el mar se moriría.
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Dicen que los peces no lloran, cuando los que no lo hacen son los pescados. Pero si dejaran de llorar, el mar se moriría.
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