Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Juana se arrimaba a mi para participarme su
sabiduría; su compañia era seria, silenciosa, tranquila. No quería
caricias sino dejar saber que allí estaba. Luna se arrima para compartirme su calor; reclama
abrazos, ofrece besos y quiere sustraerme de un mundo que aprehende,
quizás, dañino y triste. Juana, severa, ponía su cabeza en mis
rodillas, se conectaba con la música y sabía que el momento de mis démones era el momento de reclamar la partida. Luna, con simpatía, busca mis manos y mi rostro. La una se paraba y con la mirada decía es hora, vamos. La otra trae un juego y hace que ponga solo en ella mi atención. Las dos
sensibles compañeras en este rincón provisorio, lleno de libros,
lápices, notas, discos y espíritus grises y dispersos.
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