Caminaba un atardecer por las calles de ciudad de México y me encontré en un pequeño parque esquinero entre las calles de Londres, Lisboa y Bruselas, con la estatua de un fraile con capucha. A nivel de la calle, sin pedestal y con una placa que lo identifica: "Giordano Bruno. 1548-1600. Precursor del conocimiento científico." Bruno, cura dominico, a quien el inquisidor jesuita Roberto Belarmino condenó a la hoguera —sin matarlo primero como era usual— especuló sobre la existencia de muchos sistemas planetarios y la infinitud del universo. Ardió vivo en Campo de' Fiori en Roma, negándose a besar el jesucristo que le acercaron. No se si la Iglesia Católica ha reinvidicado la memoria de Bruno -entiendo que no- como a regañadientes ha hecho con Galileo, investigado por el mismo Belarmino.
«Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla» les dijo a sus jueces.
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