Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Cuando aprendíamos religión en la escuela y el catecismo en
la casa, nos interrogaban sobre cosas como los diez mandamientos de la ley de
dios, los cinco mandamientos de la santa madre iglesia, los siete pecados
capitales y sus contrarios (contra lujuria templanza extrapolaba mi padre sin
que yo captara la sutileza), los siete sacramentos y las tres virtudes
teologales: fe, esperanza y caridad. En
estos días dije a un amigo que la esperanza es una virtud que no me alcanza y
me quedé pensando ¿a qué se referían con ello en esos tiempos? Crípticamente
daban a entender que era cosas que el propio Dios sembraba en nuestra alma.
Infundía, es la palabra que usaban porque la religión para que lo
sea necesita de misterio, de magia, de asuntos desconocidos, de ceremonial, ostentación y fastuosidad y de
palabras raras. Pero si lo veo en detalle los tiempos han acabado con todo
esto. Los diez, los cinco, los siete y las tres no tienen valor alguno. La
caridad es derecho a cargo del estado, no de los particulares. La Fe es cosa de
ignorantes. La Esperanza es el conocimiento de la finitud. La humildad frente a
la soberbia es pérdida de imagen, la generosidad frente a la avaricia es
socialismo estúpido, La castidad frente a la lujuria es una enfermedad mental, la
templanza contra la gula afecta la industria gastronómica, la caridad contra la envidia genera conductas dañinas y la diligencia contra
la pereza acabaría el turismo. No son más que consignas en textos de autosuperación todas esas cosas. Ahora tenemos un Papa muy querido, pero que no se pone estolas
bordadas, ni los zapatos rojos de Cristo, al que le choca la mitra, el boato, que casi no utiliza el báculo, que
echa bendiciones con una pereza… y a quien se le oye hablar poco de la religión
que encabeza. Pero si mucho de los problemas políticos. No queda fe ni hay en qué tenerla.
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