Las cosas pasan. En el sentido de que ocurren y de que transcurren. Un breve cruce de miradas, el breve instante en un ascensor, uno no tan breve alrededor de un café. Una conversación, tal vez, con la despedida de un 'nos vemos' despreocupado, y una sonrisa. Por alguna razón ese instante, que no retorna, se hace mágico y uno quiere retenerlo más allá de en su mente, en su cuerpo. Escribe, y envía, un mensaje y otro y otro. Consigue una respuesta, una. Quizás otra, por educación. Lo demás se diluye en la espera, qué digo: en la esperanza. Pero se insiste hasta que el corazón se encoje y dice: para. Uno entonces escribe, y no envía, un mensaje y otro y otro. Se siente algo liquido en los ojos. Algunos se vuelven poemas. Cantos en solitario a presencias que ocurrieron, pero no pasaron.
Envío: "Los ojos me dolían de esperar. \ Pasaste."
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