Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

agosto 26, 2025

Delicias que Rebasan la Vida: Erotismo entre lo Terrígeno y Metafísico

 


Encuentro una reflexión de Emil Cioran en El Ocaso del Pensamiento: "Quien ama la mística, la música y la poesía es indefectiblemente de una naturaleza erótica, un ser voluptuosamente exquisito que al no hallar plena satisfacción en el amor recurre a delicias que rebasan la vida".

La cita refleja su visión introspectiva y existencial sobre la naturaleza humana. Idea que conecta con su filosofía pesimista y su fascinación por los estados extremos de la conciencia, donde el deseo y la insatisfacción impulsan al individuo hacia experiencias que van más allá de lo mundano.

En El ocaso del pensamiento, Cioran explora estas tensiones entre el anhelo humano y la imposibilidad de su realización plena, lo que lleva a una existencia marcada por la intensidad y la frustración.

Pienso que el erotismo de que habla no es metafísico. No digo de cosas que rebasan la vida sino que la incluyen, de momentos vivos, terrenales, donde el erotismo respira en el cuerpo, en los sentidos, con destellos que parecen eternos en un instante. Para mí, son orgasmos de ojos, impresiones al pasar, el roce del viento o de una mano, una pintura que te estremece, quizás una frase o unos acordes que te hacen levantar la cabeza. Reales, no sueños.

Asocio estas delicias con el mito de Píramo y Tisbe, la poesía de Cavafis, y las voces de Oliverio Girondo, con su juego sensual; José Asunción Silva, con su melancolía espiritual; y Porfirio Barba Jacob, que canta un amor que, como el del mito, se abraza en la tragedia donde un llanto por ausencia guarda una tempestad entera, sin mover los luceros.

La historia de Píramo y Tisbe, en las Metamorfosis de Ovidio, muestra cómo las delicias que rebasan la vida están dentro de ella. Separados por una pared y rencores familiares, los amantes susurran su deseo a través de una grieta —un gesto que une cuerpo y alma. Su plan de encontrarse bajo un árbol de moras termina en tragedia: Píramo, creyendo a Tisbe muerta, se suicida, tiñendo las frutas blancas con su sangre; Tisbe, al verlo, se une a él, rogando que sus cenizas se mezclen. Las moras se vuelven rojas, un signo de su pasión. Este erotismo no huye de la vida; se hunde en ella, en la sangre, el deseo, la finitud. Es terrígeno: vive en el cuerpo, en el anhelo de tocarse, en la urgencia que desafía todo.

En "Los desposados de la muerte" de Porfirio Barba Jacob, el amor brilla con la misma intensidad frágil. Sus amantes, con ojos que bullen como luces oceánicas, dedican sus fuerzas al ensueño. Un llanto por males de ausencia encierra una tempestad en una gota de rocío, sin que los luceros se inmuten. Su delicia es un amor que se consuma en la tragedia, hecho de arcilla, luz y abrazos, eterno en su instante. Barba Jacob, responde con una chispa vital, un amor que no teme la muerte, sino que la abraza.

Constantinos Cavafis encuentra este erotismo en instantes fugaces. En "A la entrada del café", una mirada revela "el hermoso cuerpo que parecía como si el Amor lo hubiese forjado". En "La ventana del estanco", una vitrina iluminada despierta un deseo que no necesita tocarse para ser real. Instantes orgásmicos, delicias urbanas que, como el viento, rozan y estremecen. En "Días de 1908", el verano guarda en recuerdos de cuerpos efímeros, un erotismo que trasciende el amor sin dejarlo atrás.

José Asunción Silva envuelve el erotismo en mística sin hacerlo carnal. …"Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas" convierte la ausencia en presencia. Su dolor es una delicia contemplativa, un roce del viento que susurra ebriedades. Silva resuena más que Neruda —cuya belleza no me llega tanto— porque su espiritualidad eleva lo terrenal sin negarlo, como el aire de las montañas que invita a mirar dentro.

Oliverio Girondo expresa un erotismo que, no por literal, es menos espiritual para un alma sensible. En Poema 12, escribe: "Se miran, se presienten, se desean, / se acarician, se besan, se desnudan". Es un ritual de cuerpos, vivo, cotidiano. En Espantapájaros, dice: "Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo". Su deseo, voluptuoso y exquisito, hace el amor: lo hace con cuerpos que se retuercen, se estiran, se caldean. Es una delicia no metafísica, sino de piel y de instantes. Un juego incandescente que no se piensa, se vive.

Vivir, no solo respirar, me lleva a este erotismo personal: una mirada que tiembla. Las delicias que rebasan la vida no son promesas de otro mundo, sino chispas en este: el amor que tiñe las moras, el llanto que guarda una tempestad, la risa que desafía el pesimismo.

Con un guiño aligero a Cioran, y afirmo que la vida, con sus delicias, basta para trascenderse.

 



No hay comentarios.: