Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

octubre 31, 2025

Aún sigo vivo

 




Aún sigo vivo


A donde nos iremos llorando entre las manos
para que no nos vean.

 


Para Alberto B. que sabe que es caer y levantarse.

 

Fue una caída que no requiere adjetivos. Quizás hubo lamentos y cristales rotos. El cuerpo se desplomó desde una altura en la que no debía estar. El golpe, seco, doméstico, doloroso, se conjugó con el sentimiento de culpa: “¿qué andaba yo haciendo ahí a esta edad?”. Rompió el tórax, revelando secretos de su antigüedad. Algunas costillas, ahora envueltas en bolsas de titanio, lo recuerdan cada vez que respira.
Hay momentos en los que estas bolsas me incomodan tanto que me dan ganas de salir corriendo —dice, con una media sonrisa, que me hace dudar si es ironía o desespero.
Pero aún sigo vivo —añade, como quien se aferra a una frase capaz de justificar la constancia.
Esa frase, que resuena en un mensaje de noche temprana —para mí cualquier hora de la noche ya es tardía— se convierte en el núcleo de una teoría de resistencia.
Vivir, a la edad en la que ya se han sobrepasado los límites estadísticos del promedio, es un acto ético. No por lo que se logra, sino por lo que se asume. Porque el dolor no se niega, se habita. Porque el cuerpo no se corrige, se acompaña. Porque la vida no se conquista: se aprende a sostener.
El acto ético no es resistir. Es permanecer. Es decir “aún sigo vivo”, sin que eso equivalga a una victoria. Es aceptar que el aliento puede doler, que el abrazo puede temblar, que el silencio puede ser más digno que la palabra.
Amar la vida sin convertir la resistencia en heroísmo. Sostenerse: aceptar la fragilidad sin rendición.
No se trata de resiliencia, esa palabra tan celebrada, casi exigida: como si lo roto debiera volver a ser entero, o lo herido levantarse sin temblor. Aquí no hay épica. Hay vulnerabilidad. Debilidad. Incluso, a veces, rendición. Sin embargo, vivir —en este cuerpo recompuesto— es una forma de sabiduría que no se enseña. Se encarna.
Le respondo, medio en broma, medio en reverencia:
—Es un poco tarde para que te conviertan en agente biónico. Pero aún así, sigues vivo. Casi un milagro. Yo, ya sabes como evito este pronombre, en lo más íntimo, confieso no estar diseñado para el dolor. Lo esquivo, lo rodeo, lo hago metáfora. Para habitarlo el dolor se transforma en relato silencioso. En ese lapso hay pareja, hijos, nietos, familia. Y amigos que preguntan por debajo de la mesa, para no molestar, porque el dolor es un secreto que no se nombra en voz alta.
Recuerdo la frase que alguien soltó en una charla entre cuatro de esos amigos, cuando mencioné un accidente en el que participaron:
—Yo fui uno de los muertos.
Y entendí que no hablaba de la muerte literal, sino de ese momento en que se deja de pertenecer al mundo de los invulnerables.
Quizás este texto pueda ser eso: una losa más en el camino. Tal vez una piedra sobre ella no para tropezar, sino para saber que se ha pasado por allí. Que alguien cayó, se recompuso y dijo con voz firme:
—Aún sigo vivo.


 

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