Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Ciegos que viendo, no ven."
José Saramago

Crónicas, escenas y reflexiones sobre el mundo y lo que veo.

diciembre 16, 2025

Crónica del pesebre

 


Crónica del musgo y el pesebre


El domingo previo a la novena, cuando diciembre iniciaba, mi padre organizaba el paseo para traer musgo. Era un rito silencioso como él lo era, repetido poco, pero lo  suficiente para marcar la memoria con la fuerza de lo irrepetible.

Subíamos el cerro de Piamonte —tutelar, empinado, cubierto de neblina— hasta la estatua de la Virgen que lo coronaba. Detrás comenzaba un monte verdadero, que atravesamos por un sendero que solo él conocía: bosque primario, de orquídeas colgantes, las ramas y bejucos tenían que abrirse para dejarnos pasar. «En este lugar —decía por lo bajo— la planta del hombre no ha puesto el pie…». Allí nos mostraba, con la parquedad de quien no necesita convencer, el sitio donde cazó un tigre de Bengala. La fábula era tan real como la tierra en los zapatos y las raspaduras en las piernas descubiertas. Su brazo, entrando por las fauces hasta la cola; el tigre volteado al revés con una sacudida; los restos de sus colmillos aún allí. Creíamos, como parte del rito. Mi padre no mentía .

Al salir del bosque se abría una pradera en pendiente por la que descendíamos, con quebradas heladas que seguíamos despacio. Íbamos llevando cardos para adornar y, de cierto lugar que solo él sabía, recogíamos el musgo, la piel del pesebre, en pedazos consistentes. 

Tenía papá tiempo para pescar: colgaba de una varita que limpiaba con su navaja su anzuelo, y al poco un pececito gris azulado —ballena de tierra fría, según él— pendía del hilo.

Por sorpresa, como si el cerro nos devolviera al origen, aparecíamos al pie de la montaña que subimos, mojados y embarrados, llevando, además, un chamizo que sería, coronado por una estrella dorada de cartón, el árbol de esta navidad.

Mi padre llegaba tan bien puesto como había salido: oficiante del rito, guardián de la pulcritud. No se cansaba: "el que se queda atrás de mi encuentra el diablo", animaba la caminata. A sus hijos los iniciados, nos marcaba la naturaleza. 

Los tatuajes se hacían entonces en el alma, no en la piel.

Al llegar a casa, mi madre cerraba el recorrido con la limpieza y una bebida caliente, mientras abría el baúl de los objetos que, en unas horas, darían forma a la fantasía de Francisco, el iluminado de Asís.

Hubo que recorrer mundo e ir a ganarse la vida. Pero aquellas caminadas dejaron huella. Desde entonces, la Virgen, José, el Niño en la cuna, la burra, el buey y los Reyes Magos tienen un lugar en la casa porque lo tienen en el corazón.

Cada familia hacía lo mismo, aunque nunca nos cruzamos con otra en la recolección. Cada cual con sus maneras. Al final los pesebres coincidían. Memoria compartida tejida en silencio por los siglos.

Hoy pervive la costumbre. Cada uno tiene un baúl, físico y emocional, para el pesebre que religa. Ya no se puede recolectar musgo, hay uno artificial extraído del bolsillo en un recorrido por alguna tienda: el barro en los zapatos y la pulcritud intacta del padre se expresan de otra forma. Los recuerdos son inscripción en el tiempo, seña que se transmite y que se fija.

El pesebre que cada diciembre vuelve a levantarse no es tradición: es la forma visible de una complicidad que sobrevive.

 

*




No hay comentarios.: