Las Puertas
Las puertas me han inquietado.
Una puerta cerrada es un silencio impuesto, una sombra que se despliega entre presencias.
Las puertas entreabiertas revelan una verdad esquiva y dolorosa: esa rendija promete el paso, pero entrega el enigma de la ausencia. Por allí se filtra la fragmentaria mirada del observador; el juicio que se precipita sobre lo parcial, la verdad que se disuelve porque no alcanza a abarcar el todo. Son la esencia intoxicante de lo incompleto, la frontera invisible de lo oculto.
A veces se ven como sentencia. No son portales hacia mundos posibles, sino cárceles de sombra, rejas que susurran: aquí termina el ser libre, aquí comienza la obediencia.
Sin embargo las puertas, al abrirse, anuncian que el espacio puede tener límites sin perder la infinitud.
Las puertas del cielo y del infierno se presentan como absolutos. Una se abre hacia la promesa escurridiza; la otra, hacia la condena implacable. Son metáforas que se despliegan en nuestra manera de vivir la frontera entre el ser y el no ser: vemos en ellas umbral o encierro, camino o muralla.
Pienso en la gran puerta del Senado romano, que persiste como memoria de poder y responsabilidad. No es el bronce: es el eco atemporal de un espacio donde se decidió el destino humano.
Abrirlas o cerrarlas trazan la línea entre la voluntad y la historia.
Pienso en las puertas que se arrojan en la cara, las que se cierran con la misma rapidez que un 'te quiero' pronunciado sin verdad, en un gesto fugaz que esconde la eternidad de la ausencia.
En ese instante, la vida se escucha como la obertura Egmont de Beethoven: acordes de la orquesta entera densos, comprimiendo la soledad en el pecho, recordándonos que cada cerradura resuena como un estruendo en el ser.
Las puertas abiertas no calculan ni miden la entrada, no temen al viento errante ni al visitante inesperado. Confían, invitan, son síntesis de paso y fe.
Son actos de entrega profunda; confiar es la única melodía capaz de sostenernos cuando la orquesta del cosmos golpea con su insondable fuerza.
El aire se plasma en movimiento, la mirada se expande más allá, la confianza atraviesa el umbral del miedo.
Los ojos son la puerta del espíritu. Aquella canción de los Beatles pregunta: —¿Qué ves cuando cierras los ojos? —¿Y qué hay más arriba de tu último piso?, pregunto yo. Quizá una estancia con la puerta cerrada contenga más que una iluminada... No, seguro que contiene más.
Como dice el Tao, lo de arriba es igual que lo de abajo, y en ese estado invertido, el límite se disuelve y el espíritu se abre en múltiples umbrales.

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