Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Ciegos que viendo, no ven."
José Saramago

Crónicas, escenas y reflexiones sobre el mundo y lo que veo.

diciembre 30, 2025

Los héroes de diez centavos

 



En los bajos de aquella casa de tablas paradas donde viví en la niñez tenía su zapatería don Francisco Zuluaga. Remendaba zapatos, sí, pero su verdadero negocio era otro: alquilar héroes. Por diez centavos uno podía llevarse a Tarzán y Chita, a Tarzán y Boy, a Mandrake y Lothar, a Batman y Robin, a Superman y Superboy… hasta el Pato Donald con sus sobrinos de origen desconocido, que no trabajaba y nadie sabía de qué diablos vivía. Un catálogo entero de valentías ajenas, todas disponibles en formato grapado.

Y ahora que lo pienso, ninguno de ellos estaba casado.
Ni uno.
Ni por equivocación.

Tarzán vivía con monos y un niño adoptado que aparecía y desaparecía según la edición. Mandrake y Lothar eran una pareja funcional sin papeles. Batman y Robin parecían más preocupados por el crimen que por la vida doméstica. Superman tenía a Lois Lane, sí, pero aquello era un romance de oficina, no un matrimonio. El Pato Donald… ¿novia? Daisy lo ponía a temblar, pero compromiso, ni loco. Y la Mujer Maravilla… bueno, esa sí que no cargaba con marido: tenía misión, patria y un avión invisible. ¿Para qué más?

Tal vez porque es imposible ser héroe pensando en llevar comida a la casa y pañales a los niños.
O porque un superhéroe casado pierde glamour: imagínate a Batman pidiendo permiso para salir a combatir el crimen porque mañana hay reunión de padres de familia.
O al Pato Donald explicando en la DIAN de qué vivía para no declarar renta.

Y eso sin mencionar a El Zorro, cuya relación real era con Plata, su caballo, y la sospechosa con aquel ayudante que en mi barrio jamás se llamó Bernardo. Ese hombre —que quería más a Plata que a cualquier ser humano— nunca mostraba la cara. Quizás tenía una cicatriz terrible. O tal vez era un truco de producción para no pagarle más. Uno nunca sabe.

Linterna Verde siempre llegaba primero. Aquaman siempre llegaba mojado. Y ambos se miraban con una complicidad que no necesitaba subtítulos. Uno pensaba que era camaradería heroica. Hay quien sospecha que había algo más: una química que ni el anillo de poder podía disimular. O sí. Uno nunca sabe. Y claro, en el salón de la fama —que parecía más un club social que un cuartel de superhéroes— había una energía rara, como de internado masculino donde todos se conocen demasiado.

Y si de convivencias estrechas hablamos, ahí estaban Benitín y Eneas, que dormían juntos sin que nadie se escandalizara. En esa época la inocencia era tan grande que dos hombres compartiendo cama era solo humor, no sospecha. Hoy uno mira hacia atrás y piensa: ajá… con razón se entendían tan bien.

Y ni Yoda se escapa. Ese maestro de 900 años, soltero profesional, viviendo en un pantano, hablando al revés y sin que se le conozca pareja, familia ni siquiera un amigo que no fuera un padawan en crisis. Un héroe perfecto para no comprometerse:
“Ni lo hizo ni no lo hizo.”
Y así nadie podía reclamarle nada.

Al frente de la zapatería, don Miguel Ángel Aristizábal alquilaba ciclas. Eran ciclas con vocación suicida: a todas se les soltaba la cadena en la bajada. Uno regresaba con la espinilla sangrando y mamá le untaba petróleo. ¿Petróleo? Sí. Decían que era el mejor desinfectante. No sé si funcionaba, pero ardía como si uno estuviera purgando los pecados de la semana.

Nunca supe por qué mi padre prohibió esas revistas en casa. Quizás sospechaba que tanta soltería heroica podía ser mala influencia. O tal vez intuía que uno podía terminar creyendo que la vida era así: pura aventura, cero compromisos, y un mayordomo —o unos sobrinos— que resolvía todo.

Don Francisco también alquilaba novelitas de vaqueros: esos guapos del oeste que caían como moscas. Mucho de mi gusto por leer nace de allí. Me leí enterito, como Serrat, a don Marcial Lafuente Estefanía —“por no ir tras su paso”. Me temo que, subrepticiamente, alquilaba libros del índice, como aquellos de Vargas Vila, pero tengo que confirmarlo con alguien que lo sabe de cierto.

Y ahora, décadas después, descubro que los héroes modernos ya no son como los de antes. Algunos se casan, otros se divorcian, otros viven en universos paralelos donde están casados en uno y solteros en otro. La épica se volvió telenovela. Superman y Lois Lane tienen matrimonio en algunas versiones, en otras mueren juntos, en otras ni se conocen. Spider-Man se casa, se separa, se casa de nuevo, o el guionista decide que nunca pasó. Y la Mujer Maravilla sigue soltera, porque hay mitos que no admiten vajilla.

Quizás por eso sigo recordando con cariño a los héroes de diez centavos:
eran simples, eran solteros y no tenían que pagar servicios públicos.

Uno alquilaba una revista y recibía un mundo entero donde nadie tenía que madrugar, nadie hacía mercado, nadie discutía por quién sacó la basura. Eran héroes puros, sin la carga de la vida real. Héroes que no envejecían, no se deprimían, no pagaban impuestos.
Héroes que, como las ciclas de don Miguel Ángel, podían fallar en cualquier momento… pero siempre daban una buena historia.

 

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