Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Ciegos que viendo, no ven."
José Saramago

Crónicas, escenas y reflexiones sobre el mundo y lo que veo.

diciembre 07, 2025

La muerte de la Tierra

 


«En el principio creó Dios los cielos y la tierra»
—(Génesis 1:1)


La conversación surgió de una frase atribuida a Carl Sagan: una visión de la “muerte de la Tierra” dentro de cinco mil millones de años, cuando el planeta será reducido a cenizas o engullido por el Sol. La frase, aunque impactante, me pareció superficial y tramposa. No porque el destino cósmico carezca de interés, sino porque funciona como una coartada: desplaza la atención hacia un horizonte remoto eclipsando los que hoy comprometen la vida en este pequeño punto azul.

Afirmar que la Tierra morirá en cinco mil millones de años es una simplificación. No será un cataclismo súbito, un “apocalipsis” de película. La realidad física es lenta: el Sol, al agotarse, se expandirá como gigante roja en un proceso gradual.

Frente a la obsesión occidental por el final explosivo, resulta más lúcida —y paradójicamente más humana— la visión del tiempo en los textos budistas, donde la eternidad, que se recompone, se mide en eones con el desgaste de una caricia:

«Si hubiera una gran montaña de cuatro leguas de longitud, altura y anchura, sin hendidura o grieta alguna, una masa sólida de roca; y un hombre, al final de cada siglo, fuera y la frotara suavemente una vez con una tela de Benarés, antes se desgastaría el gran risco por este método que pasaría un eón».

Aquí, ahora, el tiempo se mide, como mucho, en décadas. La solemnidad del  abismo temporal —sea el de la tela de Benarés o el de la gigante roja— no puede ocultar la irrelevancia del argumento. Proyectar la angustia hacia miles de millones de años es una distracción frente a los peligros inmediatos.

El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación de los ecosistemas no esperan al fin del Sol. Son procesos en marcha que amenazan la vida en escalas de años, no de eones. De no enfrentar los deterioros que hoy avanzan, haremos inhabitable la Tierra mucho antes de que la montaña se desgaste o el Sol se dilate.

La frase sugiere, además, que habrá “otros seres” que miren desde el futuro sin noción de nuestra exostencia.  Una fuga poética. En este mismo instante, en las miles de millones de galaxias que existen, no sabemos que alguien conozca este lugar. Ni nosotros conocemos a otros, ni otros nos conocen. Esa proyección se sostiene más en el deseo de trascendencia que en la realidad del conocimiento.

El valor de la Tierra no reside en su destino final, sino en su fragilidad actual. Como recordaba el mismo Sagan —volviendo a la tierra tras mirar las estrellas—, este planeta es nuestro único hogar.

Preservarlo es un deber que no admite dilaciones cósmicas. La Tierra no necesita ser imaginada en el horizonte de otros soles para justificar su cuidado: basta con reconocer que es el único lugar donde la vida, la memoria y la complicidad humana han florecido, y depende de lo que hagamos aquí y ahora.

«Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva;
porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más»
—(Apocalipsis 21:1)



 

 

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