Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Por supuesto fuimos a ver la Virgen de Guadalupe, para lo cual utilizamos el turibús una tarde en que el frío hacia de las suyas con cielo despejado después de almorzar pozole.
El cristianismo hizo la tarea que ha hecho a lo largo de los siglos copiando los procedimientos romanos, insertándose en las conquistas, tomando sus dioses y adaptándose tanto como fuera posible, sin perjuicio del uso de la fuerza.
Se dice que en la toma final del imperio mexica por allá en 1521 murieron cuarenta mil de estos en Tlatelolco donde una placa, desafortunada a mi modo de ver, dice que no hubo ganadores ni perdedores sino el doloroso nacimiento de la México mestiza que existe hoy.
La iglesia de Guadalupe en el fondo de una gran plaza - donación de C. Slim- tiene a su derecha la nueva, escenográfica, y arquitectónicamente horrorosa en su exterior, anodina en su interior como si fuera un auditorio.
Los peregrinos acuden en masa, hasta 20 millones cada año, ocho de ellos en las fiestas de los primeros días de Diciembre. Les vi llegar de rodillas, en grupos, con mariachis, llevando estatuas votivas y flores.
Que la virgen me perdone pero al examinar mis fotografías veo demasiadas semejanzas entre Coatlicue y el cuadro de indio juan diego. El tambor de la nueva catedral evoca de inmediato la piedra de Tízoc.
Fuimos hasta la capilla superior en la que velaban un muerto a rostro descubierto, que por alguna razón mereció el honor. Muchas flores, fuentes de agua y escaleras.
Salimos y esperamos media hora el autobús que nos devolvió al Zócalo, pleno de ventorrillos, allí tomamos otro hasta los bosques de Chapultepec donde teníamos nuestros vehículos. Un recorrido interesante que incluyó el paseo de la reforma, la fuente de cibeles en obras y hasta el museo de cera, por el equivalente de menos de diez dólares por persona.
.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario