Crónica mínima sobre cómo se pierde una amistad
Epígrafe (Largo sostenuto)
"No tiene amigos el que tiene muchos amigos."
1.
Umbral: El amigo es el otro, el amante uno (Moderato con rubato)
Siempre he sostenido —con una mezcla de intuición, experiencia y pudor— que el amigo es el otro, mientras que el amante es uno.
El amor, en su forma más intensa, busca la fusión, la disolución de la frontera entre yo y tú. Independientemente del otro, uno es el que ama. El amante quiere habitar al otro, o ser habitado por él. La amistad, en cambio, preserva la distancia. No porque le falte intensidad, sino porque su forma de amar es más silenciosa, menos posesiva. El amigo no se apropia, es uno el que se apropia de él mientras él lo consiente; da mientras quiere, no se instala. El amigo se retira, y en ese retiro deja espacio para el pensamiento.
2.
Interludio: Ascensor, 8:17 a.m. (Adagietto dolente)
Subimos al ascensor como si subiéramos al día. Con la claridad borrosa de lo cotidiano. Sin pensarlo, pregunté:
—¿Qué hay de tu compañera? Hace días no la veo.
Bajó un poco los ojos, como si algo se aflojara adentro:
—Ya no trabajamos juntos. Ni nos vemos.
Nada más.
Eso abrió una rendija. Una revelación sin ruido puso a la vista —para mí— la fragilidad de todas las demás. Una relación que desaparece, un silencio que se instala empieza a significar.
No dije más. Ni había qué decir. Esa pocas palabras eran una historia que hice en mi interior. Y ahora la escribo.
3. La historia
I. El amigo como espejo del alma (Andante con moto)
Aristóteles decía que la amistad verdadera es rara porque nace de la virtud: amar al otro por lo que es, no por lo que ofrece. Es algo que demanda tiempo, constancia, un reconocimiento delicado de la vida interior ajena.
El amigo virtuoso es espejo. No refleja nuestra imagen literal, sino algo más difícil: nuestra posibilidad de ser mejores. Su compañía es una forma de claridad.
Aquiles tenía ese espejo en Patroclo. No era cercanía por necesidad, ni por capricho emocional. Era una lealtad que afinaba al héroe, que lo volvía humano, que lo anclaba a la tierra. La muerte de Patroclo no lo desgarra solo por dolor, sino porque lo deja sin su contorno. Sin su medida. Sin su punto de regreso.
A veces la pérdida de un amigo se siente así: no un corte, sino una desorientación. Un espejo que ya no está.
Es ineludible recordar a Platón:
«Una cosa he deseado siempre. Cada hombre tiene su pasión: unos los caballos, otros los perros, otros el oro o los honores. En cuanto a mí, todas esas cosas me dejan frío; en cambio, deseo apasionadamente adquirir amigos, y un buen amigo me contentaría infinitamente más que la codorniz más linda del mundo, que el más hermoso de los gallos, e incluso -Zeus es testigo- que el mejor de los caballos o de los perros. Podéis creerme: preferiría un amigo a todos los tesoros de Darío. Tan grande es mi avidez de amistad»(Platón, Lisis, 211 e)II. El amigo como ausencia que duele (Grave sostenuto)
Jacques Derrida desconfía de estas idealizaciones. Para él, toda amistad lleva inscrita su propia finitud. El amigo está siempre por venir, y también siempre por perderse. La relación vive cerca del derribo.
Hay silencios que uno no sabe leer a tiempo. Tensiones que no se nombran. Desequilibrios que uno acepta sin darse cuenta. Nadie es completamente justo con nadie. No existe la reciprocidad pura.
Cuando una amistad se termina, uno llora al otro, sí. Pero también llora la estructura misma del vínculo: esa fragilidad que siempre estuvo ahí, esperando. El silencio del amigo que se aparta no es necesariamente abandono. A veces es su manera de no imponerse, de no forzar, de no herir.
Aquiles llora a Patroclo, pero también llora la imposibilidad de retener a nadie. Héctor, que cumple su destino sin odio, revela esa verdad amarga: no poseemos al otro, ni siquiera cuando lo amamos bien.
Algunas amistades mueren así: sin culpables. Con una dignidad triste. Con una claridad que llega tarde.
III. Entre el espejo y el temblor (Adagio con tenerezza)
¿Puede Aristóteles convivir con Derrida? Si. La amistad que se pierde nos muestra que nunca hubo simetría. En el duelo queda algún brillo: la memoria de un gesto, de una conversación, de una presencia que no sabía que estaba haciendo bien.
La amistad perdida enseña que el otro no nos pertenecía. Que su distanciamiento era posible desde el primer día. Que su silencio también era suyo.
Escribir sobre el amigo que no vuelve es una forma de acompañarlo en la distancia, de seguirlo nombrando sin reclamarlo.
Aquiles, solo, podría decirlo mejor:el amigo que se va —aunque siempre hiere su partida—solo es fiel a su manera de ser otro.Y deja constancia en su silencio.







