Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

noviembre 21, 2024

Nota de Navidad

 ¿Que significa para mí la navidad? La niñez fue breve. Hijo del medio de una familia en desarrollo, tuve que ser consciente de los mayores y de los menores y testigos de los pasos de unos y de otros. El padre, uno de su tiempo. La madre, al igual que todas, era eso: madre. A ellos y a nosotros les llegó el cambio de las cosas  que habían sido igual por siglos. Regida por fuertes raíces religiosas, de pronto la religión se sacudió y con ella la sociedad. 

Vivíamos en una casa esquinera a una cuadra del parque principal del pueblo y de su iglesia. De allí provienen mis primeros recuerdos. En navidad, mi padre traía del campo musgos y cardos y, en la parte baja de la casa, hacia con ellos un gran pesebre. No tan prolijo como muchos otros, el nuestro lo mostrábamos como el mejor, sin serlo. Lo acompañé en esa excursión anual por los bosques primarios que existían, quebradas de aguas límpias de las que de paso sacaba alguna ballena de tierra fría, que así llamaba. Alrededor del pesebre se desarrollaba la magia. Con aserrín se hacía un camino hacia Belén sobre el que se iban moviendo san José y María. El árbol de navidad era un chamizo con algodones y bolitas de icopor a modo de una nieve que nadie conocía ni cabía en la imaginación. Las luces no eran centenares si no “la instalación” con unos pocos bombillitos que se guardaba en un baúl con lo demás para el otro año. La estrella de Belén era una de cartón dorado que creo aún existe. Ni papá noel ni santa claus, era el Niño Dios un tanto castigador, por cierto: si no haces esto no le va a traer nada.  Días de agitación, de libertad para ir de un lugar a otro en esas noches de novenas y de esperar para el amanecer del día veinticinco, el regalo que, no importaba si  caballito de madera,  carrito de plástico sin llantas,  trompo o unas bolitas de cristal, cubría sueños e ilusiones. Al atardecer de ese día, ya destruidos, los objetos eran barridos por la escoba a la que había regresado el palo que fuera brioso corcel en la mañana. 

Imágenes y momentos inscritos en la mente y la piel. 

En la adultez ello persistió y se conserva aupado por los mismos padres hoy faltantes, por el hermano mayor y cada uno de los otros, padres a su vez, abuelos hoy; aprendido y apoyado por quienes van llegando, colaterales y descendientes, desde los primeros días de su existencia. Nos sabemos las oraciones y los villancicos. Cantamos sin descanso. Aliento la tradición y la conservo. Anhelo encontrar bajo la almohada el regalo puesto allí por el mismísimo Niño Dios de cuya existencia jamás dudo.

Aprecio el valor de unidad, de afecto, y de identidad que tiene y que transmite, aún, la navidad. 

A veces la razón me dice que es hora de renunciar a ello, que lo encuentro un poco vacío, un poco artificial. Que el espiritu ha cedido a otros valores.  Mas formo parte de una saga, una saga que pesa y cuenta, que -saga y familia- son producto también de esos momentos que se esperan año a año. La navidad construye buena parte del “nosotros”. 

Podía haber escrito para empezar: “La estrella de Belén brillaba como un faro en la noche iluminando el pesebre que mi padre hizo con musgo y cardos. La escena,  humilde y  mágica, se grabó  en mi memoria. Los días previos a la Navidad eran una mezcla de excitación febril y sensación de arraigo. Corríamos por las mangas cercanas, llenos los pulmones de aire fresco y los corazones de ilusión, a traer el barranco  para las ovejas dentro de las que se filtraba una vaquita allí, un perro enorme allá y, aparte,  los patos en su lago. Mula y buey esperaban.  En casa, la calidez del hogar, el aroma de la natilla y  los buñuelos, estos en forma de marrano,  nos envolvían en un ambiente de perfecta armonía.”  Me sonó dulzón, y tierno y cierto. No todo se lo arrastra el viento.




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