El libro en mi mesa se llama "Diario de lectura de los Escolios de Nicolás Gómez Dávila" por Ernesto Volkening. La noche no es telón, sino escenario. En ella, Gómez Dávila murmura y uno lee no para entender, sino para ser herido. Cada escolio es una astilla de lucidez, una bofetada sin destinatario, una sentencia que no constata.Uno lee y se siente bobo. Por ignorancia y por honestidad. Porque el escolio no se explica: se acepta o se deja pasar. “Los jóvenes se enorgullecen de su juventud como si no fuese un privilegio que hasta el más bobo ha tenido.” Uno, que ya no es joven, sonríe con amargura. La juventud, ese accidente que se cree mérito."Este siglo se hunde lentamente en un pantano de espermo y mierda". Ernesto Volkening comenta: "La erupción excremental tan justamente señalada por el autor como fenómeno característico de nuestra apoca, a mi parecer constituye, entre otras cosas, un modo natural, si bien en extremo desagradable a la tendencia opuesta, igualmente característica de nuestra civilización en su fase agonizante, hacia la instauración de un mundo higiénico, desinfectado, depurado de gérmenes nocivos y totalmente estéril. / La sexualidad hipertrofiada equivale a un último desesperado esfuerzo de la libido por escapar a las consecuencias de la cerebralización extrema […] y la defecación coram publico es el acto simbólico de un puerco pobre e invicto que in articulo mortis "se caga" en nuestras pulquérrimas y mortíferas normas de aseo. / Donde hay mugre, moco, baba, hay restos de vida, y donde impera la norma que asfixia, se yergue amenazante el anormal: el psicópata, el idiota, el tullido, el vagabundo y el facineroso.”Estallido de lucidez incómoda. Gómez Dávila, desde su escolio, lanza una sentencia que no busca escandalizar sino revelar: el siglo, ese cuerpo colectivo, se hunde en sus secreciones más íntimas, no como metáfora vulgar sino como diagnóstico ontológico. Volkening no suaviza, sino que profundiza: la erupción excremental no es mera decadencia, sino resistencia —una forma de vida que se niega a ser esterilizada por la asepsia de la razón, por la normatividad higiénica que pretende borrar todo rastro de lo humano. Una dialéctica feroz entre lo pulcro y lo pútrido, entre la norma y el resto. La hipertrofia de la sexualidad, la defecación pública, la baba y el moco, no son síntomas de barbarie sino vitalidad que se niega a morir sin dejar huella. Volkening parece decir: si el mundo quiere ser limpio, perfecto, sin fisuras, entonces el idiota, el tullido, el vagabundo —figuras del exceso, del desvío, del temblor— se alzan como testigos de lo que no puede ser normado. En esto hay una ética de la impureza. Una defensa del residuo como constancia de lo vivo. Como si el excremento fuera el último poema que el cuerpo escribe antes de ser borrado por la máquina. Como si el psicópata y el facineroso fueran los heraldos de una verdad que la civilización no quiere oír."El azar regirá siempre la historia" es otro de esos escolios que anoche destaqué. Lo fortuito, apunta Volkening, es consustancial a la historia. Recordé tantos eventos que, por azar, rigen la historia: la huida del archiduque en Sarajevo por la calle por la que andaba quien habría de asesinarlo, origen de veinte millones de muertos. La tormenta que salvó a Japón de los Mongoles, y la que hundió la Armada Invencible. La casualidad de la penicilina. Cada momento parece decir: “la historia no se planea, se tropieza”. Y sin embargo, en ese tropiezo hay destino. ¿No podríamos pensar que el azar es la forma que tiene la historia de conservar su misterio? El azar, demiurgo oculto. Cada uno parece una jugada de dados lanzada por manos invisibles: La enfermedad de Lenin dio paso a Stalin. El descubrimiento de América. Waterloo. La muerte temprana de Alejandro Magno. La caída del Muro de Berlín porque un portavoz, mal informado, anuncia que los ciudadanos pueden cruzar libremente convirtiendo la confusión en avalancha: miles acuden al muro, y los guardias, sin órdenes claras, lo abren.“Los pactos más viles nacen de los propósitos más altos”. La radio habla de otro pacto. La vileza no es traición: es consecuencia. Volkening anota: “Leyéndolo cree uno tener entre las manos el último eslabón de una larga cadena de experiencias vitales…”Leer en la noche alta es leer con el cuerpo. No deja conclusiones, deja restos. Como quien despierta con tierra en las manos y no sabe si ha soñado o ha excavado. El pensamiento se arrastra buscando sentido en frases que no consuelan. Volkening aparece como cómplice lúcido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario