Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Ciegos que viendo, no ven."
José Saramago

Crónicas, escenas y reflexiones sobre el mundo y lo que veo.

noviembre 30, 2025

Al filo


“Soy un animal rumiante, amigo.

Este año se cierra con una docena de partidas: unas de cuerpo, otras de espíritu y una que masticó ambos sin inmutarse.

Sé que ‘el que piensa pierde’, pero mis cuatro estómagos no atienden razones.

Desde aquella niñez que no existió —corriendo hacia la virgen colgada sobre el abismo— algo me llama desde abajo.

Los seres abisales, con sus antenas de silencio.

Y yo, por ahora, respondo: no, gracias.”

 

El niño caminaba por el filo del abismo con la naturalidad de quien cruza un patio.

No había barandas ni advertencias. Tampoco adultos con sobresalto.

Solo el viento ascendente, frío como una mano que no es de nadie.

Abajo, la escuela palpitaba diminuta, indiferente.

El niño llegaba hasta la virgen incrustada en la roca y, acostado boca abajo, dejaba que el vértigo le murmurara historias.

Las mariposas pasaban a su altura: errores minúsculos del aire.

Ignoraba —por ser niño— que el mundo podía desaparecer sin pedir permiso.

No se daba cuenta de que un desliz bastaba para convertirlo en ángel.

Por eso caminaba. O mejor: corría.

Abismo a un lado, barranca al otro.

Años después, ya casi hombre, descubrió que tenía cuatro estómagos.

Una maquinaria para procesar pérdidas, silencios, lecturas, noticias tardías, despedidas abruptas y esas ausencias que pesan más que los cuerpos.

Un estómago recibe lo crudo; otro lo devuelve envuelto en pensamiento; el tercero lo tritura sin piedad; el cuarto… el cuarto espera.

Rumiante de sombras. Acontista de palabras.

Sabía que “pensar es perder”, pero rumiar no es pensar: es postergar la caída.

Desde abajo, los seres abisales lo siguen llamando.

No levantan la voz. Sus luces tiemblan con una paciencia antigua.

Él responde con la cortesía del que aún no se rinde:

—No, gracias.

Como quien declina un café que, en el fondo, necesita.

No por valentía, sino por esa obstinación de seguir en el borde, con los pies sucios de tierra y la mente repitiendo que todavía no.

Nunca supo si alguna vez fue niño o si nació adulto. Solo entendió esto: que su forma de existir consiste en andar al filo, rumiar lo que llega, ironizar lo inevitable y seguir.

Aunque el abismo, paciente, lo llame por su nombre propio.

 


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