Pensaba anoche en hacer inventario de los amigos que el viento se llevó. El viento, no la muerte que esta todavía a ninguno salvo los que mata el clic que suprime, elimina, bloquea. Pienso, pensaba, en nombres y personas que vienen desde el inicio de la adolescencia hasta el de la obsolescencia. Decir amigo no se hace extraño, advierte el cantor, cuando se tiene fe de veinte años, de menos, o de un poco más. Al escribir esto ellos se hacen lucecitas relampagueantes, luciérnagas sobre el prado. Una imagen, una palabra, algún recorrido o juego ocurrieron que de pronto, sin razón o acaso con ella, se sumergen en la oscuridad de la nostalgia. No tendría sentido, si se piensa bien, que subsistieran. En fin de cuentas obedecieron al momento y al lugar. Duelen esos recuerdos que no importan a nadie. Nunca se está solo del todo y siempre se está completamente solo. En esas ausencias seré ausencia. Sin poderlo evitar, me preguntó, juntando letras que construyen seres: ¿qué sería de la vida de...? dónde iría a parar? ¿recordará aquel que fui o aquello que fuimos? Cuando la vida confirma que no fue así, que en realidad no fuimos, golpea muy adentro. No termina si no empezó.
Valorar lo que hay. Mientras lo haya.
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