¿En los hombros de quién puede uno, sin remordimientos, descargar el peso de una larga vida, toda la angustia, todo el sufrimiento propio y el causado a otros? ¿A quien decirle que ni siquiera la muerte calmará el hastío, el arrepentimiento de existir, el vacío total y absoluto, los demonios habitantes de la mente, el fango pestilente? ¿Cómo a alguien a quien se diga amor o amigo cargar con esa herencia de hechos y palabras? Tendría que haber una manera de desaparecer sin más, de esfumarse llevándose también las memorias ajenas de si mismo. Tendría que existir un dolor tan inmenso que, como una de esas singularidades que dicen hay en el espacio, se absorbiera en si mismo, en una oscuridad sin luz y sin materia.
No se debería construir memoria sino olvido. No sé debería ser, ni haber sido.
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