Esa montañas. Por esas mangas correteamos, rodamos, nos caímos, nos herimos, nos embarramos y jugamos pelos. En la del fondo, por un caminito que aun se adivina, íbamos en fila de a uno, hasta una virgen que había sobre el abismo. Un resbalón y hubiésemos aterrizado, después de caer quizas cien metros, en la calle real, abajito de la escuela. Parados al lado de la imágen echábamos aviones de papel, al vacio sobre la quebrada del centro que era espeluznante. Nadie hoy dejaría un niño ir por allí. Como, con seguridad, seria prohibido bañarse en la piscina formada sobre dicha quebrada al borde del puente, saliendo a la izquierda porque por la derecha ya estaba el desague del alcantarillado municipal, territorio de gallinazos y plantas rastreras. Y quebrada abajo, de balones de futbol que caian del llamado campo de deportes.
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